sábado, 30 de junio de 2012

Aquí huele a fraude…



Aquí huele a alcohol…
Hay un cuento que, por conocido, siempre será repetido.
La locación –como se dice ahora- es el confesionario de una capilla, donde la dama en cuestión, dudosamente ataviada, recita una sarta de pecados, casi todos carnales, pues ella se dedica a la más antigua las profesiones.
Este monólogo le valdrá, ¿quién lo duda?, un alud de padrenuestros y avemarías como penitencia, amén de un perdón condicional, dado que ella, quien no sabe hacer otra cosa, volverá a yacer con extraños en múltiples lechos, tras el pago de las múltiples tarifas que cobra por su menú de opciones, antiguamente denominadas platos.
Cada cierto tiempo interrumpe su soliloquio con la siguiente observación:
-Padre, aquí huele a alcohol…
 Exasperado ya el sacerdote por la repetición de variantes sobre el ejercicio de la función sexual que dimanan de una misma persona, y por las referencias hacia el olor de su propio aliento, le responde:
-Señora, hace rato que a mí me huele a puta… ¡y yo no había dicho ni pío!
Tras el discurso de el Guasón el 24 de junio, con motivo de la conmemoración de la Batalla de Carabobo y el Día del Ejército, sobre todo al escuchar su referencia a que si no se es chavista tampoco se es venezolano, me provoca responderle:
-Aquí huele a miedo…
Y completar mi aserto con la frase clave de la campaña electoral que llevó a Rómulo Betancourt a la Presidencia de la República: Venezolano, ¡siempre! Comunista, ¡nunca!
La enumeración de los cuatro millarditos para seguir comprando chatarra militar en la ex CCCP –que no son, precisamente, las siglas de Cucurrú Cucú Paloma, sino, en el alfabeto cirílico, las de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, felizmente extintas tras la caída del Muro de Berlín- se me parecen a una grotesca caricatura de la guaracha de  Billo Frómeta sobre la graduación de los militares –La Marina tiene un barco, la Aviación tiene un avión etcétera-; y me hacen rememorar otro lema de esa misma campaña: Contra el miedo, ¡vota blanco! Que hoy no tendría una sola alternativa, pues hay otros colores a favor de El Flaquito, así como la tarjeta unitaria.
Porque es culillo –según el DRAE, colombianismo que significa miedo- lo que el Guasón y su banda de facinerosos intentan inculcarle al elector venezolano, dado el rotundo fracaso de la Misión Lástima.
¿Para qué el Guasón y sus colectivos, pranes, milicias, soldados cubanos, narco-guerrilleros, combatientes iraníes y toda la variopinta de invasores que actúan ahora como un verdadero ejército de ocupación nacional siembran el culillo? Para que uno diga:
-Aquí huele a mierda…
¿Por qué lo hacen?
Por que fracaso de la Misión Lástima sólo puede atribuirse el comandante-presidente, pues él es un presentador aceptable de televisión, como actor se muere de hambre.
Un actor es alguien que se aprende de memoria su papel, algo que no está en las habilidades y talentos de la desquiciada mente del camarada-caudillo. Además, ha de ensayarlo, repetidas veces, para no errar al momento de la obra.
Creo que al multicitado sujeto puede que le haya dado algún cáncer,  pero no en la gravedad que le atribuyeron los rumores que se dejaron correr.
Pudo haber sido, verbigracia, un tumor prostático, como el que afecta al 50% de los hombres mayores de medio siglo, y cuya cura impone la ablación de la glándula por varios métodos. Una dolencia que no mata, si se opera a tiempo.
Me retrotraigo a una época donde no había solución para esa enfermedad y cusa esperanza de vida no superaba la treintena, Michelangelo Buonarotti murió de cáncer prostático, ¡a los 89 años de edad!
Para los cubanos, la Misión Lástima tenía com  doble objetivo: crear el milagro de la cura –en base apoyo de un obispo colaboracionista y el Cristo de la llanura, versión santera y nada católica del Hijo de Dios-, y reforzar la imagen cualitativa de la medicina cubana, desacreditada por los desastres de Barrio Adentro y la huida masiva de los médicos asignados.
Un buen protagonista tiene que saber medir el tiempo y el tempo, para que la trama atrape al público y sea creíble. Situación que, en este caso no se dio.
El otro golpe –que no fue de estado- recibido por el Guasón es la defenestración de Fernando Lugo, la actitud del pueblo paraguayo frente este suceso y el arrugue de Brasil y Uruguay ante las sanciones económicas pedidas por él.
Como dice Asdrúbal Aguiar, en un excelente artículo de prensa, publicado la semana pasada en El Universal:
La destitución constitucional del presidente paraguayo, el ex obispo Fernando Lugo, una vez ocurrida la masacre de 11 campesinos y 6 policías, y el posterior desconocimiento por la Unasur de la autoridad del Congreso y del presidente interino de dicho país -el vicepresidente de la República, Federico Franco- desnuda a campo abierto el entendimiento falaz que acerca de la democracia tienen los actuales gobernantes de América Latina.
La suponen como derecho propio e individual-inmune a los controles- y jamás derecho colectivo de sus pueblos que ellos deben garantizar, respetando los balances institucionales y acatando el Estado de Derecho, según reza la Carta Democrática Interamericana.
Todos a uno de dichos gobernantes, incluso por omisión o silencio, son discípulos indiscutibles del Eje La Habana-Caracas.
Ellos predican o toleran la intangibilidad y perpetuidad de los presidentes, pues se aprecian a sí como encarnaciones vivas del todo, autorizados para disponer sobre el resto de los poderes públicos constituidos y la misma sociedad que los elige.
En esta posición coinciden Oswaldo Álvarez Paz, y muchos otros analistas.
Lo cierto es que, pese a las maquinaciones del Canciller Nicolás Maduro, quien arengó a los comandantes militares paraguayos para a defender al ex presidente, según la ministra paraguaya de Defensa María Liz García de Arnold, el antes practicado Show Zelaya también se cayó en este caso.
Lo cual implica, a mi parecer, que frente a la actitud valerosa de un pueblo consciente y democrático…
-Aquí huele a derrota…
La cual es viable y factible, conforme a los resultados de las últimas encuestas fiables: las de Eugenio Escuela, las Conciencia 21 y las mías, todas en perfecta sindéresis y que desbarataron la estrategia desinformativa de la aplanadora electoral, siempre y cuando los lideres opositores tomen en cuenta las dos reflexiones que se hace el amigo Luis Betancourt Oteyza  en las redes sociales:
El fraude que se ha preparado y se desarrolla desde el CNE para voltear, una vez más, la voluntad de los venezolanos, civiles y militares, en las próximas elecciones del 7 de octubre y la actitud que frente a este hecho incuestionable mantienen los llamados a liderar la liberación de un pueblo libertario pero sometido por tiranuelos y alcahuetas.
Una vez lo dijo el candidato opositor Manuel Rosales, y no quisiera repetir su frase porque, una vez que vuelvan a sus cauces los ríos de la Democracia, él tendrá que rendir cuentas al país por haber reconocido la victoria de su contendor, el Guasón, antes de que el CNE hubiese finalizado el conteo de los votos. Pero el tema de su campaña vale para ésta: Vamos a ganar, y vamos a cobrar.
Yo le pido, le ruego a los estrategas del Henrique Capriles que no sigan mal aconsejándole, como en el caso de la pifia con Lugo.
Que el que podría ser destituido, en todo caso, no sería él sino el Guasón. Porque no va a entregar el poder, así pierda de calle. Y que es un derecho constitucional del votante salir a cobrar su voto.
Y a Ramón Guillermo Aveledo & Company que se lean a Marianela Salazar, a Armando Durán, a Carlos Blanco y a los editoriales de El Nacional –entre varios- para que entiendan que: Aquí huele a fraude…

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