domingo, 10 de junio de 2012

Del rugido del Radonzki al clamor multitudinario


La muerte de un gobernante
Era el más grande. Lo sabía y así lo proclamó. Más grande que todos los demás gobernantes del pasado, y no se cansaba de repetirlo y  pregonarlo.
Centralizó al país, desposeyó del poder a la clase dominante y reformó hábilmente a la sociedad. Para que sus planes se realizaran, debieron morir centenares de miles de seres humanos. Pero a él los seres humanos le eran indiferentes. En su gran nación sólo contaba uno: él.
No hablo del Guasón, sino el Rey Zheng, considerado el primer emperador de China.
En el 246 ADC, a los 13 años, subió al trono del Estado de Qin, y vivió hasta el 210. Cuando murió, contaba con 49 años de edad.
Usted puede imaginárselo. Un hombre de nariz ganchuda, ojos oblicuos y apenas visibles, yendo de noche, de un lugar a otro, a toda prisa, ocultándose para no ser  poseído por los espíritus malignos, temiendo que alguien pudiera atentar contra su vida.
Después, por la mañana como un vampiro, vencido por la luz del día, regresando a su palacio para comer y dar órdenes a diestra y siniestra con su desagradable voz de chacal, pronunciando mentiras, calumnias y sentencias contra todo aquél que no lo venerase cual si fuera el mismo Papá Dios.
Un día regresaron los brujos a que había enviado a a buscarle la hierba de la vida eterna, y le dijeron que no pudieron recogerla porque se los impidieron unas ballenas que rodeaban la isla donde dicha planta crecía.
En vista de lo cual, Zheng abordó una nave de guerra, empuñó una ballesta y mató a un mamífero acuático, intentando castigar con su acción a las ballenas que le habían negado acceso a los campos donde crecía la clave de la inmortalidad.
De nuevo en tierra, enfermó. Murió en el viaje de regreso, lejos de la capital. Su círculo íntimo guardó el secreto el fallecimiento.
El Plan B del Consejo de Estado
Cada día se le llevaba la comida a la litera imperial, y se fingían reuniones y conferencias políticas. Del palanquín del difunto, seguían saliendo leyes y edictos que, de acuerdo con la ley, llevaban sello imperial.
Era verano, hacía mucho calor, y el viaje de regreso duró demasiado.
Dado que la hedentina del palanquín era imposible de ocultar, y amenazaba con develar el bluf, el jefe del Consejo de Estado hizo seguir al vehículo por un carro con pescado salado, el cual también apesta de manera infernal.
Así regresó a su palacio Zheng, con un aspecto nada mayestático y respetable, pero eso ya no contaba para él.
Dicen que la historia no se repite, pero el capítulo del Rey Zheng, ocurrido hace 2 mil 209 años, se paree cada vez más, sorprendentemente, a lo que ocurre en la Venezuela de hoy.
Los días contados
Fausto Masó afirma que se acabó ya la ilusión de que los dioses de la llanura -de evidente hechura santera- y el Cristo de la Grita hagan el milagro.
La medicina cubana carece de algo mejor para tratar al cáncer que el bisturí – empleado para esa finalidad por Hipócrates 300 y pico de años ADC-, la quimioterapia –inventada por la Bayer en 1935- y la radioterapia –aplicada por los esposos Joliot-Curie desde 1930-.
Desde luego, a diferencia de la época de Zheng, en el Siglo XXI se puede prolongar la vida a un paciente terminal, maquillar su franco deterioro y hasta embalsamarlo para que no se pudra. Pero hasta ahí.
Por lo cual, el ex Presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick, ha declarado que el Guasón tiene sus días contados. Y que a Cuba y Nicaragua, los estados castro comunistas que le respaldan con mayor vehemencia, se les van a terminar las canonjías que reciben por chulearlo más temprano que tarde.
La desesperación de tirios y troyanos
Esta situación, por supuesto, tiene con los pelos de punta a los miembros de la cúpula podrida del Guasón, especialmente a aquéllos que, según Eduardo Semtei, serán castigados inclementemente por los delitos cometidos en el desempeño de sus gestiones como funcionarios públicos y oficiales de las FFAA.
Lo más repugnante es que, mientras el Flaquito va avanzando en la conquista del corazón de  los votantes, algunos de quienes se autodenominan como sus aliados unitarios, se dedican a atacar a los que, como este humilde servidor y amigo, se ocupan de desbaratar estrategias planificadas hace más de un año en los laboratorios de la guerra inmunda ubicados en La Habana y Caracas.
Me refiero a declaraciones infelicísimas como las publicadas ayer en El Nacional, atribuidas a Enrique Naime, vicepresidente del Copei, en las cuales felicita al CNE por haber cometido un atentado más contra la libertad de expresión, al prohibirle a quienes no gozamos de su visto bueno realizar y dar a conocer tendencias de los electores sobre sus preferencias e intenciones.
Si lo que editó El Nacional es cierto –y no tengo por qué dudarlo- la acción cometida por Naime hace pensar o que este ilustre ciudadano pasó de ser socialcristiano a socialcretino, o que merece llamarse colaboracionista.
Mientras Armando Briquet, Jefe de Campaña de Henrique Capriles Radonzki critica acerbamente la decisión tomada por la señoronas del CNE, mientras Datanálisis recuerda que no son los partidos sino las privadas las que pagan encuestas –porque no tienen cómo hacerlo, ¿o Copei sí tiene con qué hacerlo, y de dónde sacó la plata?-, mientras Hinteraces aplaude porque a ellos desde hace tiempo les pagan con creces Pinocho y sus cuates; mientras todo esto sucede, Naime la coge conmigo y con quienes hemos puesto en evidencia el crecimiento incontenible de la candidatura del Flaquito.
Es por actitudes como esa que yo le dije adiós, hace tiempo, a Copei. Y sin haber renunciado a mi ideología socialcristiana, de la cual continuo siendo militante apologético, considero a Copei un sueño, que tuve de niño. O el nombre de un caño, o un cerro.
Pero, hay una pregunta más que me permito hacerle a usted, amigo seguidor: ¿Quién le dio al CNE la potestad de legislar sobre los derechos de expresión, información y comercio? Y una afirmación que le hago a los niemes y diretes de la oposición: Ya buscaré la forma de hacer lo que siempre he hecho, sin caer en la trampajaula de los acólitos del Guasón.
Yo sé que el Guasón mató a la Constitución de 1961, y se limpia el paltó con la de 1999. Pero a las señoronas que visten de seda, aunque siempre se quedan como son, les queda grande imitar a su Jefe. Sobre todo cuando lo que, en principio fue el Rugido de Radonzki, se ha convertido en el clamor de la multitud que le acompañó hoy a inscribir su candidatura presidencial.

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