sábado, 16 de febrero de 2013

La economía, ¡imbécil!


Introducción
Decidí publicar el siguiente ensayo en mi blog para contribuir a crear una conciencia sobre la economía entre mis seguidores, ya que a diario escucho las burradas más increíbles a través de los medios, dichas por políticos, opináticos y funcionarios de cualquier rango, elegidos e ilegítimos.
Mientras este alud de paja sirve de cortina para tapar la realidad, cada día el venezolano es más pobre y tiene que hacer odiseas para satisfacer sus necesidades básicas, las que figuran al pie de la pirámide de Maslow.
Si hay algún error, les agradezco a mis lectores que lo corrijan y me envíen su reporte.
Ser rico es malo, ser pobre es bueno… a lo mejor fue cierto
Considero como inventor del sustantivo economía en su acepción actual a Adam Smith, pues antes de la publicación de su libro Sobre la riqueza de las naciones, en 1776, sólo se hablaba de riqueza, y ricos eran los países y las personas que atesoraban oro y plata.
Hoy, cuando alguien siente que le meten la mano y le sacan el dinero del bolsillo –y no son ni los cónyuges ni los atracadores sino el gobierno-, recuerda la célebre respuesta de Bill Clinton al ex presidente George Bush sobre por qué iba a ganar las presidenciales: Es la economía, ¡imbécil!
¿Qué quería definir Clinton por economía? ¿Qué creía el candidato demócrata que andaba muy mal en su país?
1.     La extracción, producción, intercambio, distribución y consumo de bienes y servicios.
2.     La forma de satisfacer las necesidades con recursos, renovables o no, pero generalmente escasos
3.     La manera en la cual individuos y grupos sobreviven, prosperan y funcionan.
Como Inglaterra y los ingleses carecían en el Siglo XVI de colonias que produjeran metales nobles y a España les sobraban, Inglaterra y sus súbditos eran pobres y España y los suyos ricos. O, al menos, esa era la creencia generalizada en aquellos tiempos.
Los estrategas insulares fracasaron intentando nivelar la balanza con la piratería y la guerra, actividades, sin embargo, donde personajes como William Morgan alcanzaron gran rango y prestigio.
Morgan, a quien su padre envió a trabajar como esclavo a Barbados, con apenas 18 años, para pagar una deuda; terminó sus días con el título de Caballero del Imperio, destilando ron en una finca cercana a Montego Bay y como gobernador vitalicio de Jamaica, gracias al asalto de numerosas naves hispanas y a sus amoríos con Elizabeth I, la Reina Virgen, según comentaron entonces las malas lenguas.
Pero tanto la guerra como la piratería eran procesos poco productividad y muy costosos, pues toneladas de oro y plata se perdían en el fondo del mar y  miles de vidas se perdían inútilmente en el empeño.
El éxito de Smith fue haber expuesto y desarrollado una serie de recomendaciones prácticas para que sus paisanos se apoderaran del tesoro español, sin derramar sangre
Esa fórmula mágica consistía en fabricar bienes de consumo, apetecibles para los habitantes del Reino Católico, masivamente, y comercializarlos en puntos de ventas a los cuales pudiesen acceder, directamente o a través de intermediarios.
  Así Smith sentó las bases del capitalismo o modo productivo que sustituyó al mercantilismo, incorporando además novedosos conceptos al lenguaje coloquial: la plusvalía o valor agregado por la mano de obra a la materia prima, el mercado y el consumidor.
Como sucede con todos los economistas, las propuestas de Smith eran muy contradictorias. Por una parte, estimulaban la codicia, un pecado capital: La apelación al egoísmo logra el bienestar general, la empatía con el egoísmo del otro. El dame lo que necesito y tendrás lo que deseas, así como la identificación de las necesidades del prójimo son las mejores formas de satisfacer las necesidades propias.
  Por otra parte, basaban su eficacia en un estricto apego a la Ley, la Democracia y la Ética: El capitalismo sólo funciona si la legalidad que lo regula está formada por normas justas, equitativas, que respeten la libertad, y sobre todo, si éstas se cumplen.
Ley de Hierro Salarial
Fascinado por la lectura de las obras de Smith, David Ricardo, escribió Principios de Economía Política y Tributación (1817), enfatizando que el principal problema económico era precisar las leyes que regulan la distribución.
 Aportó la noción de ventaja competitiva, fundamento del libre comercio, y amplió la noción de división del trabajo, sugerida por Smith y opuesta al proteccionismo estatal.
 Sostuvo que el déficit fiscal no afectaba a la demanda agregada, y que la decisión de los gobiernos sobre si financiarse con impuestos o endeudamiento, no resolvía sus crisis financieras.
Por supuesto, esta afirmación de Ricardo, editada sólo 7 años después del 19 de abril de 1810, ha caído en los oídos sordos de casi todos los presidentes de Venezuela, con excepción de los generales Juan Vicente Gómez, Isaías Medina Angarita y Marcos Pérez Jiménez, quienes no se endeudaron. O, al menos, no lo hicieron con empresas o gobiernos extranjeros, pues creían que, al hacerlo, mermaba la soberanía nacional.
 Ricardo creía que el salario real permanecía siempre cercano al nivel de subsistencia del trabajador, aunque se le indexara periódicamente. Es la llamada Ley de Hierro Salarial, y se inspiró en los pronósticos pesimistas de Thomas Malthus.
Y es la que le aplica al 70% de los trabajadores el gobierno castro-chavista, al anunciar cada 1º de mayo un incremento salarial muy por debajo de los índices anuales de la devaluación y pérdida del poder adquisitivo de la moneda local.
Los desacuerdos entre los teóricos marxistas comienzan con Smith y Ricardo, pues para los primeros existió supuesto paraíso, perdido en la noche de los tiempos. Un camino, al que llaman genéricamente socialismo que, de haberse seguido, habría conducido a crear una sociedad más libre, equitativa y justa.
La revolución maluca
Demás de la francesa, durante el Siglo XIX hubo otra revolución, la Industrial, democrática, incruenta y progresista, originada en las teorías de Smith y Ricardo, la cual potenció un mejoramiento dramático para un gran porcentaje de la Humanidad.
  Antes de este cambio socioeconómico, en el Reino Unido, la carne era privilegio de los nobles, la grasa manjar de los guerreros y el cereal dieta obligada de los pobres. Al poner lípidos y prótidos al alcance popular, la leyenda Matusalén se hizo realidad, pues la esperanza de vida saltó de 30 a 70 años, ¡duplicando la longevidad tras casi 20 milenios!
  A este proceso se deben conceptos como sindicalismo, seguridad social y derechos humanos, desconocidos previamente; aunque el  primer centenario de la Revolución Industrial no se caracterizara por la justicia social.
Empero, aún en esos días,  la situación del campesino no era mejor que la del obrero, pues su suerte dependía de los caprichos del terrateniente, y moraba en un entorno brutal, aislado, ignorante y sin servicios; en lucha permanente por la mera subsistencia.
La población creció exponencialmente gracias a una mayor variedad y disponibilidad de productos: analgésicos, antibióticos, anticonceptivos, computadoras, detergentes, fertilizantes, insecticidas y televisores; millones de ítems que proveen mejor calidad y estilo de vida para un porcentaje cada día mayor de personas.
He ahí la otra gran brecha con el marxismo, pues, como aseguran Joseph Heath y Andy Potter en Rebelarse vende – El negocio de la contracultura (2005): Por desgracia, la clase obreras resultó de lo más decepcionante. En vez de conspirar para derrocar al capitalismo, los trabajadores querían beneficios más altos, como sueldos más altos y seguros médicos.
Es la razón por la cual cada vez que los comunistas se apoderan de un estado, crean sus propias centrales obreras y gremios profesionales, y prohíben las huelgas. Así sucedió en la URSS, Cuba y Venezuela.
  La implosión comunicacional
La Revolución Industrial transformó a la prensa, el principal medio de comunicación social conocido, en un espacio público para el intercambio de información, literatura y opinión, motivó la alfabetización de las masas y dio origen a la publicidad, la cual se convertiría en catalizadora del proceso producción-consumo.
Esta implosión no se limitó a las naciones más desarrolladas, sino que se expandió al resto del planeta.
En 1839, apareció en Lima, que contaba entonces con sólo 50 mil almas, El Comercio, decano del diarismo en Sudamérica y actual líder comunicacional de la región, gracias al conglomerado de empresas que  surgieron bajo su sombrilla.
Al periódico lo fundaron dos antiguos enemigos: Manuel Amunátegui, chileno, oficial que luchó la Independencia al servicio de la Corona Española, y Alejandro Villota, argentino quien lo hizo como granadero en el ejército del General José de San Martín.
Años más tarde, El Comercio fue adquirido por la familia Miró-Quesada, de origen panameño, que aún lo posee.
Desde sus comienzos, El Comercio fue un acérrimo defensor de las libertades de expresión e información, al punto de permitir la publicación de remitidos contra su línea editorial… ¡siempre que se los pagaran!
Esta política asombró al intelectual chileno Félix Vicuña, exilado en Perú, quien describió al medio como: Un diario de cuatro páginas, con un mil ejemplares de circulación y que se ahorra los salarios de los redactores, pues son los anunciantes quienes escriben por ellos...
El inventor de la publicidad
En 1878 el comodoro James Walter Thompson, ex combatiente de la Guerra de Secesión de Estados Unidos, vendió su fragata mercante, y con el producto de esta operación adquirió acciones en algunas publicaciones de Nueva York.
Además, pagó 500 dólares por las acciones de una sociedad mercantil, que fundada  catorce años antes y cuyo objeto era la compra de espacios publicitarios al mayor y su reventa al detal.
Comenzó a ofrecer páginas fraccionadas al comercio local, con la adición de textos seductores e ilustraciones atractivas, reservándose un 15% de comisión. Así nació el negocio que hoy se conoce como publicidad.
El triunfo global de la publicidad
Décadas después, el matrimonio de Helen y Stanley Reasor, convirtió la modesta compañía del Comodoro Thompson en la primera empresa globalizada del mundo, al proclamar como su filosofía la igualdad de los trabajadores, independientemente del género; y de los consumidores, indistintamente de su raza, origen, sexo, nacionalidad, religión o ubicación geográfica-.
Los Reasor basaron su visión corporativa en el conductismo, teoría recién lanzada por el doctor John Watson, quien creó la Psicología como ciencia al desestimar el alma y optar por la conducta como el objeto de su estudio.
En 1925 Watson sostuvo que frente a los mismos estímulos, todos los humanos reaccionan de manera similar, postura que lucía herética frente al racismo en boga, practicado con particular ensañamiento contra los judíos en Europa y los negros en Estados Unidos. Empero, gracias al concepto watsoniano de la igualdad, la publicidad pudo desarrollarse de manera democrática y policlasista.
Pero los Reasor dieron un paso más allá en pro de los derechos humanos, al ofrecerle trabajo y salarios dignos a las mujeres de su época.
A sus ejecutivas, la competencia las denominaba, peyorativamente, las monjas de Reasor, refiriéndose a la formalidad de su atuendo y la circunspección en su trato, pues en la Norteamérica de aquellos tiempos se menospreciaba la presencia femenina en los cargos  gerenciales.
Estas acciones combinadas lograron que, en 1930, James Walter Thompson Company –JWT- operara, exitosamente, 40 oficinas fuera de Estados Unidos. El éxito de los Reasor indujo a otros competidores a abrir filiales en las ciudades donde JWT lo había hecho previamente.
Proletarios del mundo… ¡uníos!
Kart Marx, holandés de origen y descendiente de rabies, apátrida y ateo al final de su vida, testigo y víctima de la primera gran recesión económica del capitalismo, ocurrida en Europa a partir de la década de los treinta del Siglo XVII  –la cual trajo consigo graves enfrentamientos y cruentas revoluciones como los ocurridos en Suecia (1848) y Francia (1871)-.  
Profundamente persuadido de que algo andaba muy mal en el sistema, sobre todo respecto al trabajador, a quien le consideraba sometido permanentemente a la  alienación y enajenación, publicó El Capital (1867), y posteriormente edita numerosos escritos donde critica acerbamente los modelos políticos, económicos y sociales imperantes.
Marx concebía el desarrollo económico como una superposición de capas o modos de producción, secuencia iniciada en las civilizaciones antiguas con la esclavitud, proseguida con el feudalismo en la Edad Media, el mercantilismo en la Edad Moderna y, en su época, el capitalismo.
Preveía la sustitución del capitalismo por el imperialismo, o la indispensable conquista, dominación y explotación de los países no industrializados por las potencias coloniales; y el reemplazo de este último por el comunismo, un mundo feliz donde cada trabajador sería compensado según sus necesidades.
Por otra parte, basado en el pensamiento de Friedrich Hegel (1770-1831), quien planteaba que, frente a cada propuesta o tesis surgía una contrapuesta o antítesis, y que de la confrontación de ambas  nacía una síntesis, cuyo contenido recogía lo mejor de las partes en disputa y le añadía una nueva cualidad.
Marx concluyó que el final del capitalismo se hallaba en su propia e insalvable contradicción pues, mientras la producción era colectiva, el reparto de los beneficios resultaba individual, privilegiando a la burguesía o clase dominante.
Elaboró fórmulas para acelerar los cambios por él deseados: la lucha de clases, las condiciones dadas o prerrevolucionarias, la internacionalización de la revolución comunista, la transición del capitalismo al comunismo –el socialismo y la dictadura del proletariado-, entre muchas otras.
Al anterior conjunto retórico, se le conoce como Materialismo Dialéctico, y constituye uno de los tres pilares del marxismo-leninismo, socialismo científico o comunismo a secas.
Con el apoyo de Federico Engels, su mecenas y coautor en  algunas obras, recomendó opciones para sustituir instituciones claves de la burguesía: la familia, la propiedad privada y el Estado. Engels analizó dichos temas (1891), comparándolos con las costumbres de grupos tribales de la Polinesia.
Curiosamente, Marx no anticipó que su revolución se impondría en las naciones menos desarrolladas, sino en las industrializadas.
Aunque simpatizaba con el campesinado irlandés, le recomendaba concentrarse en la guerra separatista y no en la revolucionaria, pues, según él, Irlanda no estaría madura para el comunismo hasta que agotara la etapa capitalista.
Este segundo grupo de reflexiones es llamado Materialismo Histórico, y es el segundo pilar de la ideología analizada.
La guerra revolucionaria
Empero, la revolución no se produjo en las formas ni en los espacios anticipados por Marx. Fracasó en Inglaterra, insignia del industrialismo, y triunfó  Rusia, cuyo modo productivo era semifeudal-. Fracasó en Japón, la más avanzada nación asiática; y triunfó en China, una de las más atrasadas. Fracasó en  España, donde los comunistas llegaron al poder por elecciones; y triunfó en Cuba, una colonia hispana hasta 1902.
La metodología más eficaz para asaltar el poder ha sido La guerra revolucionaria de León Trotsky; abjurado comunista, expatriado de la URSS y asesinado en México por órdenes del tirano rojo José Stalin.
La guerra revolucionaria fue empleada, exitosamente, por Mao Zedong en China, Ho Chi Min en Vietnam y Fidel Castro en Cuba; pero no tuvo igual efecto en Irlanda del Norte, cuya insurgencia terminó por acogerse a la pacificación e incorporarse al sistema;  las FARC en Colombia, que, con más de medio siglo de lucha se han convertido en una guerrilla menguante, que vive de la extorsión, el secuestro y el narcotráfico; y la ETA en España, prácticamente derrotada por la democracia española, y cuyas escasas acciones terroristas gozan del repudio mundial, nacional e, incluso, de la mayoría vasca.
Marx llamó a Bolívar cobarde, brutal y miserable
Karl Marx califica la epopeya de Simón Bolívar como una ilusión colectiva y describió su personalidad como la del canalla más cobarde, brutal y miserable.
Estos epítetos aparecen en una carta dirigida a Engels y fechada el 14 de febrero de 1858. Allí aseveraba que: Bolívar era famoso gracias a la fuerza creadora de los mitos, característica de la fantasía popular, en todas las épocas ha probado su eficacia inventando grandes hombres. El ejemplo más notable de este tipo es, sin duda, el de Simón Bolívar.
Esta misiva fue publicada en la Revista Dialéctica de Buenos Aires por Aníbal Ponce (1936), y se convirtió en la postura oficial del comunismo argentino y otros marxismos del Cono Sur.
Además, la explotó el populista Juan Domingo Perón como campaña gubernamental de propaganda para descalificar la gesta de Bolívar y realzar la de San Martín. La diatriba terminó, irónicamente, cuando el derrocado ex presidente Perón, inició su largo ostracismo en Caracas, cuna del Libertador.
Cuando el perro muerde a su amo…
Antonio Gramsci (1891-1937), político, pedagogo, filósofo y teórico marxista italiano, en relación con el triunfo comunista en Rusia, publicó en la Revista Avanti (1917) el siguiente editorial: La revolución bolchevique es la revolución contra El Capital de Carlos Marx. El Capital sostenía la fatal necesidad de que en Rusia se formase una burguesía, se iniciase una era capitalista, se instaurase una ciudadanía occidental. Si los bolcheviques reniegan ahora de algunas afirmaciones de El Capital, no lo hacen de su pensamiento inmanente y vivificador, sino que admiten tácitamente que Carlos Marx  estaba contaminado con incrustaciones positivistas y naturalistas.
En la década de los sesenta del siglo pasado, Ernesto Che Guevara, Ministro de Planificación del régimen cubano, aseguraba que el cambio sólo sería posible con la creación de un hombre nuevo, logrado a través de la enseñanza- aprendizaje del socialismo. Este ciudadano ideal no debería desear riquezas o placeres, sino sólo estar al servicio del Partido, la Revolución y el Pueblo.
Charles Betelheim, economista y miembro prominente del Partido Comunista Francés le replicó que sus conceptos coincidían peligrosamente con los de Friedrich Nietzsche –adoptados por el nazismo para justificar el Holocausto y la esclavitud de las razas inferiores durante la II Guerra Mundial- y que no era posible cambiar la naturaleza humana.
Guevara murió en 1967, sin probar su teoría, aunque su foto en alto contraste se convirtió en icono global de todas las rebeldías y rebeldes desde entonces.
La crítica más contundente contra la economía marxista estriba en su fracaso rotundo en China, Europa Oriental, Vietnam y la Unión Soviética, inmensos territorios sometidos a su influjo durante decenios, y que debieron adoptar la el modo capitalista de producción para desarrollarse, comerciar y competir con el resto del mundo.
La mano peluda
La segunda recesión económica global o Gran Depresión se inició el 29 de octubre de 1929, con la fractura de la Bolsa de Nueva York.
A causa de ella y a escala planetaria, millones de seres humanos perecieron prematuramente o padecieron hambre y enfermedades relacionadas con la desnutrición, como la pelagra y el escorbuto, cuyas fases terminales se asemejan a las del sida y el cáncer.
Durante el horror económico de Gran Depresión, afloraron las más bajas pasiones y se desató la explotación más inicua del hombre por el hombre. Lo que pasó en Estados Unidos fue dramáticamente relatado por John Steinbeck en Las uvas de la ira, novela con la cual logró el Premio Putlizer (1940) y el Nobel de Literatura (1962), y cuya versión cinematográfica obtuvo siete nominaciones a los Premios de la Academia y dos Oscar (1940).
En los tiempos recesivos gobernaba a Estados Unidos el Ingeniero Herbert Hoover, cuya hoja de vida había sido intachable: comenzó como minero y terminó con una de las mayores fortunas del planeta y negocios en los cinco continentes.
Proyectaba una personalidad pública envidiable, lograda  al arbitrar y planificar de la reconstrucción europea tras la I Guerra Mundial. Aunque autodidacta, había crecido hasta poder traducir al inglés obras técnicas como Res Metallica. Manejaba eslóganes propagandísticos, contundentes y convincente, pues aludían a su currículo como: La riqueza está a la vuelta de la esquina y todos podemos ser millonarios.
Sin embargo, Hoover se convirtió en prisionero del dogma liberal, según el cual a largo plazo, la mano invisible del mercado lo resolvería todo. Falacia engendrada a su vez en la falsedad de que la Economía funciona como la Naturaleza, y que sus crisis –a semejanza con las tormentas del Caribe, los tsunamis del Océano Indico o las erupciones volcánicas del Pacífico- no pueden ser previstas ni, mucho menos, controladas de manera alguna.
Al negarse a actuar y aterrorizado por turbamultas enardecidas que pedían su cabeza -Hang. Hoover! Hang. Hoover! (¡Ahorquen a Hoover! ¡Ahórquenlo!)-, al Presidente no se le ocurrió otra cosa que enterrar la cabeza como un avestruz. En su caso, escondiéndose en un bunker bajo la Casa Blanca, apertrechado con armas y bastimentos e invocando el milagro de la mano invisible, que para él se transformó en una mano peluda.
Durante tan pésimo desempeño, se llegó a dudar que la democracia tuviese futuro, pues nunca como entonces la tentación totalitaria estuvo a punto de cautivar tantos prosélitos, como lo hizo en efecto en Europa Occidental y como -cautivados o cautivos- se impuso férreamente en las tierras sembradas de cadáveres de José Stalin. 
La Gran Depresión fue una de las causas básicas del próximo conflicto global,  una guerra con cien millones de bajas y pérdidas económicas incalculables, que destruyó ciudades completas como Dresde, Hiroshima y Nagasaki, éstas dos últimas hasta los cimientos y malditas por el polvo radiactivo.
A largo plazo, todos habremos muerto…
Para vencer a la Gran Depresión, el 4 de marzo de 1933 Franklin Delano Roosevelt fue electo Presidente de EEUU, con apoyo del 62% de los votantes.
Sus promesas básicas integraban el programa New Deal, donde les pedía a los estadounidenses que reaccionaran como si los hubiese invadido una potencia extranjera.
Por eso, solicitó y pudo obtener amplios poderes para reorganizar la Economía y generar millones de empleos, apoyándose en ayudas y créditos blandos focalizados a la agricultura y la cría, la construcción de infraestructura y la protección ambiental. Asimismo, intervino y controló estrictamente la banca y sus operaciones financieras.
Al desatar el nudo gordiano de la recesión  y ganar las batallas claves de la II Guerra Mundial, Roosevelt fue ampliamente reconocido por su pueblo, quien volvió a votar por él en 1940 y 1944, habiendo sido ésta la única vez que un presidente estadounidense fuera electo para un tercer período.
Mas su precaria salud le impidió terminar el último mandato y falleció en 1945, no sin antes haber convertido a su nación en la primera potencia del mundo.
Roosevelt basó su  estrategia en la Macroeconomía de John Maynard Keynes.
Pese a que Keynes fue un genio natural en la teoría y praxis económicas, al punto de recuperar rápidamente su fortuna tras haberla perdido durante el crack de 1929, desempeñarse exitosa y sucesivamente en la Tesorería Colonial y la Secretaría de Hacienda del Reino Unido, brillar como empresario teatral, profesor de la Universidad de Cambridge y parlamentario en la Cámara de los Lores; nunca gozó del aprecio de los defensores del libre mercado ni de sus adversarios marxistas, ni en la Gran Bretaña ni en Estados Unidos.
En el primer caso, pues sus creencias implicaban un insulto constante contra el dogma liberal. En el segundo, porque su teoría desmentía la dialéctica de la revolución proletaria, que había triunfado en Rusia, parecía estar a punto de hacerlo en España y aspiraba a conseguirlo en Alemania y Estados Unidos.
Aún en medio de la más pavorosa recesión, los cultores del liberalismo se negaban al intervencionismo estatal, insistiendo en que la mano invisible del mercado, a largo plazo, lo arreglaría todo. A ellos, Keynes los desbarató con una frase lapidaria: A largo plazo, todos habremos muerto…
Los ciclos de la Macroeconomía
Basado en las crisis y guerras económicas del Siglo XIX, especialmente en la estanflación sueca –una mezcla abominable de súper inflación y cero crecimiento-, debida la nación escandinava perdió a más de un tercio de sus pobladores, quienes huyeron de la miseria, la hambruna y el desempleo, Keynes publicó, en rápida secuencia: Tratado sobre Probabilidad (1920), Tratado sobre la Reforma Monetaria (1923) y Tratado sobre el Dinero (1930).
En pleno auge recesivo, Keynes complementó sus investigaciones con la Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero (1936), la crítica más contundente contra el laisser fait, laisser passé (dejar hacer, dejar pasar) del liberalismo económico. En ella, desentrañaba el funcionamiento del capitalismo, diagnosticaba sus males actuales y futuros y proponía las terapias más adecuadas.
Keynes no concebía al capitalismo como capa superpuesta o declinante del devenir histórico sino como un proceso dinámico, equiparable al de un organismo vivo y, en consecuencia, sometido a constantes variaciones, a las cuales consideraba fisiológicas o normales; en contraste con las fijaciones, a las que estimaba como patológicas o anormales. A las variaciones las denominó ciclos económicos, y las caracterizó de la siguiente manera:
1.     Prosperidad, cuando aumentan la producción, las ventas y los precios de los bienes de consumo masivo.
2.     Liquidez, o momento en el cual los consumidores ahorran más y compran menos.
3.     Recesión, caracterizada por incremento en el desempleo, así como el cierre de establecimientos comerciales y fabriles.
4.     Recuperación, o punto en el cual los consumidores recuperan la confianza.
Keynes atribuía los ciclos y anticiclos, o bien a la disminución en el consumo, o bien a la disminución en la inversión.
1.     La disminución en el consumo aparece cuando los precios se elevan tanto durante la prosperidad que los compradores se retiran del mercado. Fue lo sucedido antes el crack de 1929 y lo que pasó en el 2008, en este último caso, merced a la llamada burbuja inmobiliaria o sobreprecio en las propiedades y especulación sobre el valor de sus hipotecas.
2.     La disminución en la inversión acontece cuando las empresas incorporan tanta capacidad productiva que crean una sobreoferta de bienes sin demanda, escenarios ocurridos en las recesiones menores de 1970, 1997 y 2001.
3.     Los ciclos se cierran con la recuperación, pues los precios bajan hasta el punto que los consumidores regresan al mercado, o hasta que los gobiernos aceleran este resultado promoviendo la demanda, tal como lo hiciera Roosevelt en Estados Unidos.
Hoy nadie discute la existencia los estos ciclos, sino su duración.
El mejor homenaje recibido por Keynes en vida, además de la confirmación de sus hipótesis durante la práctica rooseveltiana, fue el reconocimiento de B.F. Skinner, uno de los grandes pensadores del Siglo XX, quien afirmó: John es la persona más inteligente que jamás haya conocido.
Muchos piensan que se repiten cada 3 ó 4 años. Nikolai Kondratiev, economista ruso, considera que las grandes depresiones aparecen cada 50 ó 54 años, y asevera que no son nada nuevas, pues dichos fenómenos ya habían sido registrados en las crónicas de las civilizaciones antiguas: Las siete plagas de Egipto, las vacas flacas y las vacas gordas.
El consumismo es malo…
A Keynes se le critica que centra sus estudios en el consumo y la inversión –induce al consumismo-, el control de la moneda –propugna el monetarismo- y desestima el rol de la Ley de la Oferta y la Demanda –promueve el intervencionismo.
La última de estas observaciones no es cierta, pues Keynes prevé la recuperación de los mercados mediante incentivos para incrementar la demanda de los consumidores –pleno empleo, precios reales, animación productiva-
La segunda sí lo es, pero no de la manera segada como quiere presentársela –jugando a la devaluación o a la reevaluación de la moneda-, sino con patrones universales de comparación que sustituyan al oro. La tercera es verdadera pero, ¿quién dijo que el consumismo es malo?
Persuadir a alguien para que mejore su estilo y calidad de vida no constituye una maldad, sino un estímulo a su progreso.
Quienes más férreamente se opusieron al consumismo fueron políticos como Luis Echeverría, ex presidente de México –hoy procesado por la Corte Suprema de por la masacre estudiantil llamada La noche de Tlatelolco (1968)-, quien sostenía que (sic), Televisa incita a la gente de menores recursos a abandonar la inocente bondad de su pobreza.
Estimaba Echeverría, como lo hicieran entonces y como persisten en hacerlo ahora otros gobernantes, que la televisión es subversiva y resulta mejor ponerle un parado a tiempo, antes que los pobres se conciencien sobre su injusta condición e intenten darle vuelta a la tortilla.
En 1961 Vance Packard inquiría: ¿Hacia dónde vamos, bajo las presiones que tratan de tornarnos más manirrotos, imprudentes e irreflexivos en nuestros hábitos de consumo? ¿Cuál es el impacto que esta presión a favor del derroche ejerce sobre Estados Unidos, y sobre la conducta y el carácter de su pueblo?  
Después del 11 de septiembre de 2002, la respuesta fue clara y precisa, pues, con las Torres Gemelas también se desplomó la crítica esencial al consumismo.
En los días subsiguientes, la lección aprendida fue que la globalización opera como un gigantesco centro comercial, y que su parálisis, aunque sólo sea por poco tiempo, ocasiona terribles consecuencias: caída de bolsas, quiebra de empresas y pérdida de millones de puestos de trabajo en el mundo entero.
Kelly Evans define este fenómeno como la paradoja del ahorro:
Mientras los despidos y los cierres de comercio azotan a su población, los Capp esperan que la reciente frugalidad les sirva para superar la crisis. Pero tal ahorro, adoptado en toda la extensión de Estados Unidos, es causa de que la recesión prosiga.
Tras un maratón de compras que duró décadas, los estadounidenses, finalmente, ahora ahorran más y gastan menos, justo en el momento en el cual la Economía necesita su dinero con mayor urgencia.
Generalmente, adquirir sólo lo que se necesita es provechoso, tanto para el consumidor como para el sistema.
De esta manera el ahorro actúa como una reserva de capital, y puede ser empleado para financiar inversiones, lo cual mejora la calidad de vida de la nación. Pero durante el período recesivo, la reducción en el consumo agrava la crisis:
La semana pasada Goldman Sachs predijo que el índice individual de ahorros crecerá entre un 3 y un 5% en el 2009, el gasto –en consecuencia- se contraerá y el Producto Interno Bruto se reducirá proporcionalmente […]  Cuando gente como los Capp colma las arcas de los bancos de Boise, Idaho –una ciudad que vive de la del hardware para informática y del comercio-, con depósitos que hicieron crecer la captación de ahorros en más de un 26%, pese a su sacrificio, lo que realmente logran son más cierres y más desocupados.
Hoy la mayoría comienza percibe que el consumismo no sólo es útil y pertinente, sino indispensable para la prosperidad colectiva; y que también puede ser un catalizador para la reinserción de quienes se encuentran social e injustamente excluidos .
Mientras más sube el barril, más se empobrece la gente…
Esta regla no la proclamó por algún político o economista, sino dos de los empresarios estadounidenses estelares del momento: Donald Trump y Robert Kiyosaki.
En su libro, Queremos que seas rico (2007), prevén el colapso actual, la quiebra del sistema de salud público –Medicare- en EEUU y la imposibilidad de que la gente de la tercera edad –los baby boomers o nacidos a partir de 1946- puedan subsistir decentemente con sus  planes de jubilación.
Trump y Kiyosaki atribuyen este proceso a la ignorancia económica del ciudadano común, atizada por mitos como que los pobres van al Cielo y los ricos al Infierno y a la percepción de que la Bolsa es una lotería o casino.
Proponen, como remedio, la difusión de la educación financiera: No vendemos pescado, asesorías, ni le decimos a nadie en qué invertir. Somos maestros, Queremos que aprendas a ser rico, a manejar tu propio dinero y a convertirte en tu propio analista financiero. Queremos enseñarte a pescar…
Kiyosaki, autor del best-seller Padre rico, padre pobre y creador del juego Cashflow (Flujo de caja), sostiene que la misión espiritual del individuo es enriquecerse, para así poder ayudar a los demás y  cambiar la tristeza por alegría.
Establece un paralelismo entre la subida de los precios del crudo y el empobrecimiento de la clase media global, y visualiza su figura como la de un reloj de arena, donde el cuello se cierra sobre la clase media, dejando un gran espacio para los pobres y un espacio menor –pero de volumen considerable- para los ricos.
Afirma que el alza petrolera ni siquiera  favorece a las grandes mayorías de los países productores, sino a sus minorías gobernantes.
Por su parte, Trump revela que el dólar se ha devaluado desde Breton Woods en proporción casi idéntica al incremento de la onza de oro. Y sostiene que la vivienda familiar no es un activo, sino un pasivo, pues no produce beneficios sino gastos.
Ambos concuerdan en que ninguna nación puede sobrevivir sin su soberanía alimenticia ni prosperar sin armonizar las relaciones entre el trabajo, la producción y el consumo. Como puede observarse, no se trata de la opinión de extremistas de izquierda, sino la predicción de dos príncipes empresariales.
El capitalismo desaparecerá cuando no produzca más beneficios…
En una reunión de futurólogos, realizada en Buenos Aires a comienzos del Milenio, Alvin Toffler profetizó que, para el 2025 y a menos que hubiera una catástrofe global, 70% de la Humanidad escaparía del círculo de la pobreza.
Basaba su pronóstico lo basaba en el crecimiento de la clase media en países altamente poblados como China –más 1.300 millones de habitantes- e India –más de 1.050 millones y una proyección de 2.400 para mediados del Siglo XXI-.
 Empero, éstas no serían buenas nuevas para muchos países del Tercer Mundo, a menos de que modificaran radicalmente a sus economías.
Andrés Opeheimer (2007) destacaba la confuciana respuesta del premier chino Deng Xiaoping sobre la contradicción aparente entre el comunismo y el capitalismo: No importa el color del gato, con tal que cace ratón.
Décadas antes (1976), Jean Françoise Revell, pensador y Académico de la Lengua Francesa, aseguraba que, si bien el capitalismo no es social, tampoco es antisocial, pues bajo su manto se han logrado las grandes conquistas de la clase obrera. 
Es en este sentido Barack Obama intenta enrumbar la economía de su país y la del todo el mundo. Su prioridad son las familias y no las empresas, a menos que éstas se plieguen al cambio social proyectado. Su estrategia es abaratar el costo energético, deslastrándose del yugo de los exportadores de crudo:  British Petroleum y Petrobras instalan súper ingenios azucarero en  Norteamérica y Brasil para la producción masiva de etanol.
La decisión clave de Obama está en dónde seguir colocando la ayuda, si en la banca que produjo el colapso o en industrias que, como las automotrices, no sólo son emblemas del poderío estadounidense, sino que, asimismo, generan millones de empleos  a escala planetaria.
El recientemente finado Domingo Maza Zavala, ex Presidente del Banco Central de Venezuela y ex profesor de Economía de la UCV, no creía que hubiera alternativa actual para el capitalismo.
Pese a su formación marxista, Maza Zavala respondió a la pregunta ¿Cuándo desaparecerá el capitalismo?: Cuando deje de ser rentable. Y añadió un comentario adicional, cargado de picardía: El modo de producción esclavista desapareció en Venezuela cuando los dueños de las haciendas  se percataron de que era más barato pagar salarios que mantener esclavos…

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