martes, 19 de diciembre de 2017

El budismo para salvar a la Tierra

Abriole la puerta de calma infinita.
Después, esfumose. Siddhartha medita.
Una voz celeste suave musita
"Tú eres Tathagatha, puro, sin igual".

En fondos dorados, entre rosas blancas
lució sus encantos la diosa Verdad.
El iluminado quedose hierático
aspirando triste un perfume enigmático
que manaba lento de la eternidad.

El cuerpo sin alma subió al aposento
Yashodara y el niño dormían.
Siddhartha sintió un agobio violento
corazones en sombras yacían...
grave palpitaba el firmamento.

Se arrancó la flecha que le lanzó Mara
traspasando salió de la estancia
Dulce el corazón se durmió en la fragancia
que la luz del cielo le dejara.
Y marchó con la Bienaventuranza

Siddhartha solloza. El palacio lejano
enseña entre ramas sus oros bruñidos.
La cálida noche derrite sus tules
entre las estrellas rojizas y azules.
Lloran los chacales en junglas perdidos.

Federico García Lorca: Siddhartha (1918)

Hay gente que se molesta cuando se le habla sobre Buda o el budismo. Tuercen la boca, expresan gestos o palabras de conmiseración o sorna y, en ocasiones, intentan iniciar una conversión; como lo hacían los inquisidores con los judíos en la España católica del Siglo XV, o los árabes con los cruzados durante las llamadas Guerras Santas. No debería ser así, pues si alguien está seguro de su fe, sea cual fuera, la intolerancia hacia la creencia ajena más bien denota inseguridad o fanatismo.
Durante el régimen de libertades que Venezuela vivió por cuatro décadas, se vivía en absoluta tolerancia religiosa, inspirada en una acogedora tradición de apertura y reforzada, quizás, por el Concilio Vaticano II (1962–1965) iniciado por el santo Papa Juan XXIII y finalizado por el también santo Papa Pablo VI; un evento histórico que marcó al siglo XX. En esos decenios, considerados oprobiosos hoy por los comunistas que destruyeron al país, se construyeron dos sinagogas y una hermosa mezquita en la ciudad de Caracas.
En la actualidad, la intolerancia hacia todo lo que no cuadre con el sistema se torna cada día más agresiva y evidente en la República Socialista del Siglo XXI. Curioso es que la cuadrilla de delincuentes armados que desgobierna la nación, desde los cuarteles y los barrios y comenzando con el dictador que la preside hasta el último de sus subalternos se persignan públicamente y dedican su día a Dios, la Virgen, los Santos; aunque, en realidad, la labor a realizar nada tenga que ver con la santidad o ejemplaridad pero sí con lo contrario, pues está dedicada al pillaje, el espionaje, la trácala, la tramposería, la represión, el narcotráfico, la corrupción o, en el mejor de los casos, a la desatención al prójimo de cualquier manera imaginable.

La humildad como valor fundamental

Para quien no conoce del budismo pero se interesa por él, decidí preparar una especie de introducción, con el perdón de los venerables maestros que dedicaron sus vidas a entenderlo y explicarlo, pero cuyos textos, por enrevesados atraen a muy pocos.
Lo más relevante en Siddharta Gautama, más conocido como Buda Gautama, Sakiamuni, o simplemente El Buda, fue su humildad. Nunca afirmó ser Dios ni tampoco el único o primer Buda. Sólo aseveró que el ser humano era el que tenía mayores posibilidades de convertirse en Buda, dado su potencial de iluminación, pero tampoco circunscribió su aserto a esta humanidad, la que se conoce en la Tierra, dejando entender que también en otros mundos podían existir seres pensantes.
Las fechas de su nacimiento y muerte son inciertas; la mayoría de los historiadores de principios del siglo XX databan su existencia 500 años AC, pero investigaciones más recientes fecharon su muerte hacia el 400 AC, con más o menos 20 años de diferencia. El descubrimiento reciente de un santuario budista, el templo Maya Devi, edificado aproximadamente en el 550 AC, pareciera indicar el nacimiento del Buda mucho antes.
Como sucede en otras religiones, la presencia de Siddharta como figura central del budismo, sus relatos, discursos y reglas monásticas se convirtieron en tradiciones orales que pasaban de generación en generación, y sólo adquirieron su forma escrita casi 4 siglos después de su fallecimiento. Los textos conocidos más antiguos son los Gandhara, hallados al este de Afganistán y redactados entre los siglos I AC y III DC. También se conservan en la Biblioteca Británica otros escritos budistas en idioma gandjarim, grabados sobre 27 rollos de corteza de abedul.

El budismo no busca prosélitos

En el budismo no hay proselitismo ni existe la acción de catequizar, como sí sucede en Las religiones de los libros –llamadas así pues sus catecismos o doctrinas están en textos cuyos seguidores las consideran verdades reveladas, por los profetas en el judaísmo –la Torá–, los evangelistas en el cristianismo –la Biblia– y Mahoma en el islamismo –el Corán–.
Los budistas creen que si una persona está conforme con su existencia, ¿para qué molestarle? Piensan en los creyentes como granos de arena, que se van creando lentamente por la erosión de las rocas y el lavado de los lodos en los ríos hasta que, finalmente, se juntan y forman las playas.
La actitud del budismo hacia la sexualidad también es diferente. Aún habiendo sido Buda asceta durante una parte importante de su vida, jamás predicó el ascetismo como la mejor o única vía hacia la perfección espiritual, si no, más bien, la moderación entre la complacencia sensual y la estricta privación.
Al carecer el budismo de un Paraíso Terrenal, con su respectiva manzana y serpiente, la mujer nace sin pecado original. Por eso, la cópula nunca resulta un acto pecaminoso, independientemente se haga o no con fines reproductivos. Aunque se promueve la permanencia del núcleo conyugal en el tiempo, tampoco resulta dramático ni conflictivo, espiritualmente hablando, la ruptura de la pareja.
En términos generales, el budismo estima que lo que al ser humano le hace daño es el exceso y el desequilibrio entre aquello que Platón consideraba como Tres Almas: la racional –superior, inmortal y divina–; la irascible –la voluntad y el valor, denominada hoy autoestima­–; la concupiscible –las pasiones, placeres y deseos materiales–.
Hay una anécdota donde un santurrón se presenta ante lo que pudiese considerarse como el equivalente budista del Cielo– y alega como su derecho a entrar el haber dedicado su vida entera a meditar, alejado de todo contacto humano como un eremita en una cueva, comiendo lo que la naturaleza tenía a bien darle. Quien analiza su caso, le responde–: Regresa a la existencia terrena y vívela, porque nunca lo hiciste.




Un príncipe que no quiso seguir siéndolo

Siddharta fue hijo la reina Mayadeví, una princesa Koli de largo linaje. De acuerdo a la tradición sakia, la reina Maya debía dar a luz en el reino de su padre, así que cuando se acercaba el día de la concepción dejó Kapilavastu. Sin embargo su hijo nacerió en un jardín en el camino entre Kapilavastu y Lumbini, bajo un árbol sala.
El niño recibió el nombre de Siddharta, que significa quien logra su propósito. Al quinto día después de su nacimiento, se celebró una ceremonia de imposición de nombre a la cual asistieron ocho eruditos astrólogos para predecir el futuro de su hijo. Todos, excepto uno, aseguraron que el bebé se convertiría en un gran rey o un gran santo. El que difirió lo vio como santo desde el principio. En tiempos de Buda, la Astrología era una ciencia, emparentada con la Cosmogonía más por su exactitud matemática que por otra causa, y cuyo equivalente en el presente sería la Planificación. A la Astrología le aconteció lo mismo que a muchas otras disciplinas de la Antigüedad, que por ser orales, se fueron olvidando sus intrincados vínculos o, peor aún, cayeron en manos de aprovechadores charlatanes, hasta convertirse en los eventos televisivos y los horóscopos de hoy.
No fue sino de manera tardía cuando Siddhartha se convirtió en Buda, tras de vivir por casi 30 años bajo una cúpula de cristal como príncipe en Kapilavastu, casarse con su prima Yasodharā y procrear al unigénito Rajula; así lo cuentan los relatos sobre su vida de joven adulto, donde se indica que no estaba familiarizado con las enseñanzas religiosas hasta que se fue en busca de lo milagroso, motivado por su creciente preocupación sobre la condición humana.
Aunque en su principado la diferencia social no estaba tan marcada, en el resto de la India la población se dividía en cuatro castas, muy distintas. que no podían entremezclarse porque sus creencias básicas, a diferencia de las cristianas, no le daban a todos los hombres el mismo origen.



La horrorosa desigualdad de la India

La casta de los brahmanes había nacido de la boca de Brahma; la de los guerreros, de su brazo; la de los agricultores y comerciantes, de su muslo; y la de los sudri, –siervos– de los pies de Dios.
Al contrario que las religiones cristianas, cuyo principio de igualdad deriva de la paternidad universal de Adán, el primer hombre, en la India se basa en la desigualdad absoluta.
La existencia y posición social del indio estaban determinadas por su casta. La división entre estas castas era tan profunda, tan clara, que nadie podía saltar la talanquera de una a otra por méritos, riquezas, ni por otro motivo alguno.
Así, un sudra no habría podido nunca, aunque se enriqueciera por azar, convertirse en comerciante, pues esta casta lo rechazaría; ni un agricultor en guerrero; ni éste, aunque llegará a ser famoso, en brahmán, que representa el pináculo de la segmentación clasista en la India, y cuyo origen se suponía divino.
A quienes no pertenecían a las castas –y que eran muchos– se les consideraba parias, esto es, apátridas, desvinculados, malditos, a los que nadie podía acercárseles, ni socorrer, ni dirigirles la palabra so pena de convertirse también en parias.
Una persona, por muy poderosa y de elevada condición que fuera, incluso un brahmán, que inadvertidamente tuviese algún contacto, o hubiese empleado, aún inconscientemente, algún enser perteneciente a cualquiera de estos desgraciados, se condenaba de forma irremediable.
Su casta no tardaría en condenarlo y en expulsarlo; pena terrible pues,  con tal rechazo, no iba a tener más contacto con sus pares, ni pertenecer a la sociedad humana.
Perdía los parientes, amigos, a veces incluso su mujer e hijos, que preferirán abandonarle antes de compartir su deshonor. Nadie se sentaría a su lado a la mesa, ni le ofrecería una gota de agua; y el matrimonio estará vedado para sus hijos y sus hijas. Se transformaba un verdadero maldito a quien todos evitarían como a un apestado, y sería señalado con el dedo con el más profundo desprecio.
Ni siquiera la última casta, la de los siervos, se permitiría acoger a un ser tan degradado, aunque antes hubiese sido un brahmán. Se vería obligado a huir entre el resto de los parias o a refugiarse en los barrios habitados por extranjeros, únicos lugares donde podrá gozar de algún sosiego.
Incluso las mujeres que hubiesen tenido algún contacto con un paria no escapaban a tan terrible pena. Entre los raja-puti, el padre mataba inexorablemente a la hija. Los otros, por el contrario, arrojaban a la mujer culpable de la casta, después de haberle afeitado la cabeza.
No siempre, sin embargo, la exclusión era definitiva, especialmente cuando se trataba de personajes importantes.
A veces se admitía la rehabilitación con dolorosas y humillantes pruebas. Al culpable se le quemaba la lengua con un bastoncillo de oro al rojo vivo, se le marcaba con un hierro candente, o se le hacía andar sobre carbones encendidos. Otras veces, se le obligaba a arrastrase varias veces bajo el vientre de una ternera, animal sagrado para los indios. Por último, se les obligaba a beber una pócima compuesta por cinco sustancias producidas por el cuerpo de la ternera: leche, yogurt, mantequilla, bosta y orín.
Frente a estas insensatas e inhumanas costumbres, apoyadas por la clase dominante y la religión oficial, se rebeló Buda, en un proceso cuya primera fase comenzó por enterarse de lo que estaba pasando en la vida real, fuera de la jaula de oro en la cual vivía debido a los esfuerzos de su padre para ocultarle la la enfermedad, el dolor, la miseria y la vejez.
Creer que esto no fue posible es necio, ya que apartar a los reyes de los horrores de la sociedad siempre fue y sigue siendo una práctica común. Por ejemplo, a Carlos V, monarca de España y los Países Bajos, en cuyos dominios nunca se ponía el Sol, pocas ocasiones tuvo para salir fuera del Palacio Real, y cuando lo hizo, fue para alojarse en otro recinto similar, como en La Alhambra, donde pasó su luna de miel.
A este aislamiento entre soberanos y súbditos debió su vida Hernán Cortes, quien fue llamado a juicio por corrupción y, ante su relato sobre lo que eran México y el Nuevo Mundo, Carlos V, ansioso como estaba de conocer lo de afuera, aunque sólo fuese por referencia, le perdonó y le nombró Virrey del antiguo Imperio Azteca.
Los biógrafos de Siddhartha aseguran que en una de las salidas, el príncipe conoció a un viejo. Cuando su cochero Chana le explicó que todas las personas envejecían, el príncipe insistió en visitar la periferia de su reino. Estando en ello, encontró a un hombre enfermo, un cadáver descompuesto y un asceta. Estos cuatro encuentros motivaron a Siddhartha a vencer el envejecimiento, la enfermedad y la muerte, a través de su conversión en asceta.
Acompañado por Chana y montando su caballo Kantaka, Siddhartha renunció a su vida de oropel, y comenzó a vivir como indigente, de un mendicante, a lo cual se denomina la gran partida.
Inicialmente, Gautama fue a Rajgir, en el estado indio de Bihar, donde pedía limosna. A este incidente se le conoce como la gran renuncia.
Los cortesanos de Bimbisara, rey de Magadja, le escucharon, reconocieron su santidad y lo llevaron ante su monarca, a quien Siddhartha impactó tanto que le ofreció su trono, oferta rechazada a cambio de la promesa de regresar una vez que hubiese alcanzado la iluminación.
Siddhartha dejó Rajagaha y estudió yoga bajo la tutela de dos maestros anacoretas. Después de que llegó a dominar las enseñanzas impartidas por el maestro Arada Kalama, los kalamas le invitaron a suceder al maestro.
Sin embargo, decidió avanzar más, y se convirtió en discípulo de Udaka Ramaputta. Con él aprendió otras técnicas de meditación, y alcanzó elevados estados de conciencia objetiva.
En esta etapa de su crecimiento espiritual, lo que Siddhartha deseaba era lograr la integración de su yo, para así lograr su propia liberación. Una vez más se le ofreció reemplazar a su tutor, y de nuevo rechazó la propuesta, y partió hacia nuevos rumbos.
Junto a cinco de sus compañeros, Siddhartha logró aún mayor austeridad que la que practicaba, rechazando cualquier bien material, auto–disciplinándose y sometiéndose a continuas dietas de hambre. Adquirió la forma de un esqueleto, revestido de pellejo, al  punto que un día estuvo a punto de ahogarse mientras se bañaba, por que no tenía fuerza para salir de la tina. Este incidente lo llevó a revaluar su ascetismo.
Aprendió dos conceptos importantes: que privarse de todo no conduce a la iluminación, y que, llegado a cierto punto, ningún maestro es capaz de enseñar algo más; por lo cual decidió no seguir buscando la sabiduría de manera exógena, sino encontrarla dentro de si mismo.


Buda  y Jesucristo

Hay más de una coincidencia entre la obra de Jesús de Nazaret y Siddharta Gautama, por lo cual, como asienta Karl Gustav Jung, hay que hablar de sincretismos, para entender su carácter de fusión y asimilación.
Al período indocumentado transcurrido entre la infancia de Jesús y el comienzo de su misión que, según lo relata el Nuevo Testamento comenzó a los 30 años, se denomina años perdidos u oscuros,  la misma edad a la cual Buda inició sus prédicas.                      
Los evangelios narran el nacimiento de Jesús, y el subsiguiente viaje de sus padres a Egipto para librarse del infanticidio genocida decretado por Herodes (Mateo 2:13-23). Hay una referencia general a que María y Jesús vivieron en Nazaret (2:23 Mateo; Lucas. 2:39-40). También existe una nota aislado de la visita de María, José y Jesús a Jerusalén para celebrar la Pascua, cuando Jesús contaba con doce años de edad (Lucas 2:41-50).
Después de ese episodio, hay una laguna en la historia de dieciocho años en la vida de Cristo, desde los 12 a los 30 años. Aparte de la alusión genérica de que Jesús creció en sabiduría, estatura y en la aceptación creciente por Dios y el hombre (Lucas 2:52), la Biblia no dice nada más sobre su existencia. Una suposición común es que Jesús, simplemente, vivió en Nazaret durante ese período.
Jesús pudo haberse formado en la sinagoga de Nazaret, donde pasó sus primeros años de vida. La educación estaba dividida en dos niveles. Primero, en la Casa del Libro, donde los niños aprendían a leer los libros sagrados en hebreo y memorizaban la Torá. Después en la Casa de la Interpretación, donde se enseñaban las leyes judías y sus interpretaciones.
La presencia de Jesús durante los años perdidos en la India, Nepal y Tíbet está avalada por una copiosa documentación. En su su libro Los años perdidos de Jesús, Elizabeth Clare Prophet se refiere a ella.
El Bhavishya Maha Purana describe así su encuentro con Jesús:
Un día, Shalivahana, jefe de los Shakas, vino a una sierra nevada –el Himalaya, probablemente–, y allí, en la Tierra de los Hun –parte del imperio Kushan–, el poderoso rey encontró a un hombre bien parecido, sentado sobre una de sus cimas. Su piel era como el cobre y vestía de blanco. El rey le preguntó al santo que quién era. El otro le contestó: Me llaman Isaputra –hijo de Dios–, nacido de una virgen, ministro de los no creyentes, en busca  siempre de la verdad […] Presta atención a la religión que traje para los no creyentes […] Mediante la justicia, la verdad, la meditación, y la unidad de espíritu, el hombre encontrará su camino a Isa –Dios en sánscrito– quien habita en el centro de la luz, permanece constante como el Sol y disuelve todo lo transitorio para siempre. La imagen dichosa de Isa, el donante de felicidad, fue revelada en emi corazón; y me llamaron Issa Masih –Jesús el Mesías–.
En 1887 Nicolás Notovitch, corresponsal de guerra ruso, visitó la India y Tíbet. Afirmó que, en la lamasería de Hemis Ladakh, encontró un manuscrito sobre la Vida del Santo Issa, el Mejor de los Hijos de Hombres. Issa es el nombre árabe de Jesús. Su relato, junto a un texto traducido de la Vida del Santo Issa, fue publicado en francés en 1894 bajo el título de La vida desconocida de Jesucristo, y traducida al alemán, español, inglés e italiano.
El Evangelio de Acuario de Levi Dowling, editado en inglés en 1908, fue traducido a varios idiomas. Dowling estudió al budismo y otras creencias orientales por 40 años para poder entender los registros akásicos, donde se encuentra minuciosamente. registrada toda la historia del pasado. El libro consta de 22 capítulos, los cuales abarcan la vida de Jesús. Los tres últimos años de su predicación en Palestina coinciden con el relato bíblico, pero Dowling añade otros actos de evidente origen budista. El relato sigue al joven Jesús a través de India, Tíbet, Persia, Asiria, Grecia y Egipto. Afirma ser la verdadera historia de Jesús, con inclusión de sus años perdidos, los cuales, según el autor, fueron silenciados exprofeso en el Nuevo Testamento.
Dowling coincide con Barnett Hillman Streeter, erudito del Nuevo Testamento de Oxford, quien encontró cuatro parecidos notables con el Sermón de la Montaña en la enseñanza moral de Buda.



Jesús estudió budismo en Judea

Gruber y Kersten (1995) 1 afirman que el budismo fue sustancial en la vida y las enseñanzas de Jesús, y que éste fue influenciado por las enseñanzas y prácticas de los maestros de la escuela budista Theravada, establecida en Judea. Aseveran que Jesús vivió la vida de un budista ideal, y enseñaba budismo a sus discípulos.
Algunos eruditos creen que Jesús pudo haber estado inspirado por la religión budista y que el Evangelio de Tomás y muchos textos de los manuscritos encontrados en Nag Hammadi, Egipto, reflejan esa posibilidad. Libros como Los Evangelios gnósticos y El evangelio secreto de Tomás de Elaine Pagels avalan estas teorías.
Según algunos musulmanes, los Ahmadiyyas en particular, escritos suplementarios de Mahoma mencionan de que Jesús murió en Cachemira a los 120 años. Los Ahmadiyyas apoyan esta opinión desde hace más de un siglo. Fuentes musulmanas y persas rastrean la estancia temporal de Jesús, conocido como Issa, o Yuz Asaf –líder de los sanados a lo largo de la vieja Ruta de la Seda hasta oriente. Los libros Cristo en Cachemira por Aziz Kashmiri, Jesús vivió y murió en Cachemira de Andreas Faber Kaiser, y Jesús vivió en India de Holger Kersten, enumeran documentos y artículos en apoyo de dicha hipótesis.




Gurdieff y el Cuarto Camino

Durante el siglo pasado, Gregorio Ivanovich Gurdieff, maestro esotérico nacido en Rusia, fundó una escuela en San Petersburgo y París, basándose en la  hipótesis de que lo que se conoce como vigilia no es más que un estado intermedio entre el sueño y la ensoñación, y que, para poder estar realmente despierto, es preciso reeducar al cuerpo y al cerebro, con ejercicios a los cuales llamó movimientos, y que combinan la lectura de textos selectos con yoga, faquirismo y antiguas danzas de los derviches, o monjes voladores del desierto árabe.
El Cuarto Camino –así bautizó a su centro de estudios–, atrajo a las mentes más preclaras de la época, entre Buckmister Fuller –arquitecto estadounidense, creador de las estructuras de los domos–, Herman Hesse –novelista suizo, Premio Nóbel de Literatura–  y Julián Huxley  –biólogo inglés, Premio Nóbel de Medicina–.
Gurdieff sostenía que, para poder captar realmente al mundo exterior, había que ser capaz de inducir experiencias místicas  –como se las conoce comúnmente –, o de conciencia objetiva, como prefirió denominarlas él –.
Lo que hizo Gurdieff fue un acto de viveza, en la acepción criolla de la palabra, pues plagió como suyas gran parte de las enseñanzas de Buda, les añadió otros componentes esotéricos desconocidos en Europa antes de la II Guerra Mundial –como las artes marciales, el taichí, la meditación yoga– y creó una escuela que supuestamente le permitiría los occidentales pudieran alcanzar la conciencia objetiva o iluminación.
En su proyecto, Gurdieff contó con la cooperación de Peter Ouspensky, matemático y psicólogo ruso, que venía de la India sin haber hallado lo que fue a buscar. La escuela de Gurdieff y Ouspensky tuvo varios discípulos en París, Nueva York, Caracas y Buenos Aires; habiendo llegado a su apogeo en las décadas de los sesenta y setenta del Siglo XX.

El Budismo Zen

El Budismo Zen es una escuela que enseña mediante tres disciplinas básicas –el Arte de la Arquería, el Arreglo de las Flores y el Servicio del Té- a generar experiencias místicas de forma voluntaria.



La fundación de Suiza

Con la práctica en el manejo del arco y la flecha, los estudiantes avanzados aciertan sus disparos, totalmente vendados, con extraordinaria precisión. William Tell, fundador de la Confederación Helvética así lo hizo, con una manzana colocada sobre la cabeza de uno de sus hijos. En este caso, la fecha se convirtió una extensión de su memoria visual.


El Arreglo Floral

En el Asia Oriental, el equilibrio entre la Naturaleza y la Humanidad es crítico, pues se trata de países superpoblados, que basan subsistencia y soberanía en la agricultura, y en los cuales el terreno dispuesto para dichas actividades compite con el urbanismo y la industrialización.
En Japón, con una superficie equivalente a la tercera parte de Venezuela, menos de un quinto de esos 307 mil kilómetros cuadrados son aptos para la siembra y la cría, y los espacios reservados a las plazas y parques se decretan en algún momento, pero se terminan cien años después, o mucho más tarde.
El arreglo floral está vinculado a la construcción de las plazas y parques japoneses. La secuencia es la siguiente:
1.    Primero, se abre el área para que sea la misma gente la que trace sus senderos y determine sus lugares favoritos.
2.    Después los monjes identifican los sitios donde la mayoría merienda, los niños juegan, los novios se cortejan y las personas meditan.
3.    Luego, destinan esos espacios para comederos, diversiones, relaciones de pareja y templos.
4.    Más tarde, pavimentan los caminos que conducen a cada sector, siguiendo los senderos que abrieron las pisadas.
5.    Seguidamente, levantan las instalaciones apropiadas a cada uso: cabañas y fogones para preparar y calentar comida, campos abiertos y seguros para que los niños se ejerciten, rincones oscuros y discretos para que las parejas gocen de su intimidad, templos para orar y meditar.
6.    Finalmente, escogen las plantas, las flores y las verduras que se adaptan a estos fines, las siembran y las cuidan-
7.     
Servir al prójimo para crecer uno mismo

La función psicológica del servicio del té es aprender a observarse a sí mismo durante los actos y rutinas más elementales. Servir el té o prestar cualquier auxilio al prójimo –dar un masaje, vendar una herida, cocinar algo que le guste a los demás-, constituyen oportunidades invaluables para analizar, evaluar y corregir nuestra propia conducta y disposición de ánimo. Hermann Hesse asegura en su obra, El juego de abalorios, que lo importante no es hacer algo de manera excelente, sino hacerlo todo bien.

La práctica moderna del budismo

Una versión actualizada del budismo para poder desarrollar ese potencial que todos, en mayor o menor grado, poseen, se podría sintetizar así:
1.    Leer, de todo un poco La lectura no sólo enriquece el vocabulario, sino que ejercita la capacidad de ver en la propia mente lo que otros visualizan. Como dice el Génesis: Primero fue la palabra.
2.    Descifrar la estructura y la forma en las fotografías, ilustraciones, pinturas y esculturas.
3.    Escuchar música La música es un puente tendido entre los dos hemisferios cerebrales, el que razona y el que descubre.
4.    Practicar artes marciales, danza, teatro. Al hacerlo, se desarrolla el pensamiento heurístico o creativo.
5.    Familiarizarse con el diseño gráfico e iconográfico Los software de diseño gráfico son una bendición para quienes carecen del don de dibujar o esculpir a mano libre, y un milagro para quienes lo poseen, pues se convierten en una extensiones naturales de sus intelectos.
El diseño, además, es una forma moderna de estar en contacto con la naturaleza, utilizando sus recursos para hacer productos útiles que mojeren la calidad y estilo de vida de la humanidad.
Finlandia cuenta con 5,4 millones de habitantes, en un área de 338.145 km². Finlandia es una república parlamentaria y democrática, miembro Unión Europea desde 1995. La economía finlandesa es una de las más prósperas de Europa, basándose en los importantes sectores de servicios, así como de manufactura. En el país existe un estado del bienestar, así como una política altamente democrática y con niveles sumamente bajos de corrupción. El símbolo de Finlandia no es un león ni una espada, sino las tijeras de Fiskars, que representan el amor de su pueblo por el diseño.




El emblema nacional de Finlandia

Entre las mejores creaciones hechas por finlandeses se cuentan la sauna finlandesa, el templo de la relajación física y mental por excelencia. En él se purifican cuerpo y alma, eliminando el estrés y las toxinas a través de la transpiración, gracias al reconfortante vapor caliente; el escurridor de platos de Maiju Gebhard que elimina el secado manual y y posee cero impacto ambiental, pues no requiere de combustible, petróleo, ni electricidad, ni pilas; la descontaminación de sus 200 mil lagos, que comenzó hace medio siglo; Linux, el principal sistema operativo y de código abierto mundial lanzado en 1991, cuando nadie anticipaba que compartir gratuitamente sería la tendencia de moda al futuro; los papeles de impresión, de cuya producción el país es líder; la franquicia de videojuegos Angry Birds de Rovio Entertainment, uno de los principales éxitos mundiales en aplicaciones para móviles; Los Mumins, personajes adorables y a la vez tan reales que han sido protagonistas en libros infantiles,  comiquitas, dibujos animados y series de televisión, y adoptan las formas de peluches y fiambreras.
6.    Sensibilizarse hacia el prójimo Ni siquiera el más excelso de los seres humanos vive para sí mismo, sino para los demás, llámense individuos, grupos, naciones o globalidad.
7.    Prestar atención a las ideas en boga El hombre es un ser gregario, odia vivir en soledad y lo que es moda no incomoda.
8.    Regresar al niño que todos llevan dentro, volviendo a sus juegos, fantasía y sensualidad de los primeros años de vida. Si no divierte lo que se hace, si no gratifica emocionalmente, la persona se auto-condena a existir en un mundo gris.
9.    Escribir, dibujar, ilustrar, tocar o componer música, sin perder jamás la conexión con el sentimiento popular. A menos que se tenga el colmo de la mala suerte, alguna habilidad creativa le da a cada quien el Señor. Lo importante es descubrirla, y practicarla… antes de que se esfume. Tal habilidad está, necesariamente, conectada con una necesidad, expectativa o deseo de los demás.
10. Cocinar, preparar y servir alimentos y bebidas. Entre los 18 y los 21 años, como promedio, termina el crecimiento físico. Para seguir creciendo emocionalmente, hay que aprender a observarse uno mismo. A detectar las fallas, y eliminarlas; identificar las virtudes, y realzarlas. Finalmente, una vez que  el disco duro se haya limpiado, enviado el sobrante a la basura y se halla revaluado lo que se decidió dejar grabado; se pueden almacenar nuevas y maravillosas experiencias.
11. Hacer de cada instante de la vida una pequeñas obras de arte. En Cyrano de Bergerac, su autor, Edmundo Rostand, define qué es un beso. La gente se besa a diario, al saludar, al despedir a su pareja. Pero, en muchos casos, el beso se vuelve automático. Cyrano le pregunta a su amada–: ¿Y al fin y al cabo, señora, qué es un beso? Y él mismo se responde: Un juramento de color de rosa, que al verbo amar añaden. Esta simple definición lo cambia todo, pues induce a reflexionar y recapacitar sobre el verdadero sentido de la vida, convirtiendo un simple beso en una obra de arte.
12. Meditar, por lo menos 5 minutos al día. Algunas escuelas y maestros, que buscan más el protagonismo que el aprendizaje de sus discípulos, han convertido el acto de meditar en algo verdaderamente imposible. Aseguran que, para lograr el efecto deseado, hay que comenzar por poner la mente en blanco. Personalmente, desconozco quien puede hacerlo.
Logsamp Rampa, en El médico del Tíbet, lo reconoce al afirmar que ni siquiera se es capaz mantener la vista fija en un cronómetro durante un minuto.
Está bien, no se puede hacer. Y eso, ¿qué importa? No es posible que más de 80 millones de japoneses pongan sus mentes en blanco, ni está habilitados para fijar la vista por más sesenta segundos en un reloj. Y sin embargo, como parte de su cultura, meditan todos los días del año.
Meditar es simple, divertido y fácil. Basta cerrar los ojos, hacer tres aspiraciones y expiraciones profundas, respirar normalmente, pensar en algo grato y, tras cinco minutos, repetir las tres aspiraciones y respiraciones profundas. ¿Y qué se gana con ello? Cargarse de energía, repotenciarse con ese fluido universal que, según Ferdinand Lavoisier, ni se crea ni se destruye; o, que como el cariño verdadero, ni se compra ni se vende.

En resumen…

El budismo le ha aportado a la humanidad varias y útiles herramientas para su mejoramiento. En política, por ejemplo, las manos caídas y las huelgas de hambre. En salud, la meditación y el yoga. En sociología, la igualdad entre todos los seres humanos. En teología, la posibilidad de encontrar la divinidad en uno mismo.
En el centro geográfico de su aparición, cambió fundamentalmente la sociocultura de castas de sus habitantes, dándole la oportunidad a la India de convertirse en una nación moderna después de su Independencia. En la periferia, países como Japón y Suiza, recibieron su influencia benéfica. Sin dar por descontada el posible vínculo entre Buda y Jesús, que lo haría aún más extensivo.
Creo que la idea budista de convertir al ser humano en co-creador y responsable biológico de su entorno, se aplica hoy, más que nunca, frente a la crisis del efecto invernadero del planeta. Y que ese tendría que ser la misión del budista del Siglo XXI, salvar a la Tierra.



[1] Elmar Gruber y Hobert  Kersten: Jesús ¿discípulo De Buda?, Editorial Martínez Roca, Madrid (1995)

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