viernes, 5 de abril de 2013

Meneando la mata


Dedicado a Lorena
Votar o no, he ahí el detalle
Una dama de mi mayor querencia me plantea su dilema, casi hamletiano, de votar o no el próximo 14 de los corrientes.
Ella, como yo, está convencida que las elecciones venezolanas están sesgadas por un gigantesco fraude, donde el axioma acta mata voto, que hiciera famoso la maquinaria adeca en los años finales del régimen de libertades que antecedió a la actual dictadura narco-comunista, pasará a la historia política de Venezuela como una travesura kindergarterina.
Cree mi amiga que la trampa funciona como un cáncer metastásico, cuyo epicentro irradia desde el directorio CNE hasta, por ejemplo, el frente de mi propia morada. Allí, en esas infaustas fechas, mis vecinos han detectado como  algunos multicedulados del PSUV inician sus múltiples votaciones, desde su llegada a primeras horas de la madrugada hasta su primer acarreo en buses chinos rojos sin identificación, colectivos escolares igualmente innominados, busetas SITSA y Mercedes Benz, pintadas de gris. Un proceso que se repite varias veces al día y que controla, según lo aseguran los testigos, un contratista de PDVSA.
Estima la inteligente y perspicaz mujer que la pantomima comicial venezolana cuenta con la cochupancia y el apoyo incondicional de los presidentes-fichas del Foro de Sao Paulo –verbigracia, la vieja terca esa-, los orates mandatarios de Corea del Norte e Irán, los banqueros chinos, la mafia rusa, la Fundación Carter, los seudointelectuales palangristas y colaboracionistas tarifados por Caracas, los militares que manejan el comercio ilegítimo,  los medios complacientes, los alegres boliburgueses y numerosos etcéteras.
Me confiesa que una de sus mejores amigas, quien tenía planeado un viaje al exterior, le ruega sacrificarse en nombre del afecto que se profesan, haciendo tripas el corazón y, como quien  se toma un purgante de sal de higuera, tapándose la nariz con una mano y votando con la otra por Henrique Capriles.
Finalmente, me pide mi recomendación al respecto.
Votar racionalmente resulta un contrasentido
Como ella es católica y, según tengo entendido, practicante, le sugiero le haga caso a los obispos venezolanos, cuya Conferencia Episcopal manda a su feligresía a votar racionalmente. Lo cual, si se analiza en profundidad, resulta un contrasentido, pues el sufragio constituye una total y absoluta irracionalidad; y los efectos que genera nunca son lógicos sino psicológicos.
Probablemente el genio más grande de la Humanidad fuera Leonardo Da Vinci, quien hace más de medio milenio y de un solo plumazo, fusionó al Arte y la Ciencia en la primera página de su Trattato dalla Pintura, con la siguiente advertencia: No me leas si no eres matemático.
Bueno, de ese mismo pueblo que parió a Da Vinci fueron los genes que configuraron a los electores italianos quienes, en la década de los treinta del siglo pasado, eligieron por mayoría absoluta al máximo representante de la brutalidad en el ejercicio del poder, al creador del fascismo, Benito Mussolini, alias Il Duce.
Simultáneamente, la nación donde naciera el autor de Crítica de la Razón Pura y Crítica de la Razón Práctica, Emanuel Kant, hizo lo propio con Adolf Hitler, al otorgarle el mandato constitucional en 1933 a quien se convertiría en el asesino serial más eficiente y con mayor número de víctimas del devenir histórico; tal como él mismo lo había anticipado con suficiente antelación -para  quien tuviera ojos para ver- en su libro Mein Kampf.
No hay nada racional en votar, lo que sí hay es afectividad y, en algunos casos, fe. Como tampoco hay racionalidad alguna en que un ser humano se mantenga célibe, pues la represión de una necesidad básica como lo es la sexualidad –según la archiconocida Pirámide de Maslow y los estudios terapéuticos de la Gestalt y la psicología experiencial- constituye una patología, desde cualquier punto de vista.
Entonces, se vota emocionalmente y por fe. Porque el candidato ha logrado establecer un vínculo afectivo con el elector, porque el elector se ha decepcionado del mandatario y desea castigarlo. Porque el votante identifica al postulado como la respuesta a sus rezos, invocaciones, santerías o cualesquiera de las actividades santas y non sanctas a las cuales se dedique para satisfacer su particular sed de infinito.
El fanatismo y el votante
Por lo que, querida amiga, me toca explorar otra vertiente del voto.
A mi me causa gracia la audiencia lograda, entre las nuevas generaciones venezolanas, por los equipos de fútbol Barsa y Real Madrid. Y me da risa, porque, en la mayoría de los casos, sus seguidores locales no son ni madrileños ni barceloneses. Ni tampoco descienden de migrantes españoles. Ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario. Como tampoco conocen de la misa la media sobre el maximalismo los beneficiarios del socialismo del siglo XXI.
Y, entonces, ¿de dónde surgen tales simpatías? Como lo demuestran los comunicólogos Everett Rodgers y Floyd Shoemaker en Communication of Innovations, la gente se segmenta según su reactividad frente a innovaciones y mejoras que se ponen a su disposición.
El contingente de venezolanos que hizo del chavismo un culto es el preludio del fanatismo ideológico, una epidemia antisocial que puede seguir picando y extendiéndose, hasta que un tratamiento invasivo y contundente –como pudiera ser el cambio inmediato e interno o la intervención armada extranjera- le ponga coto. En Europa, la insurgencia de Francisco Franco y la guerra civil subsecuente acabaron con la revolución comunista; en Alemania e Inglaterra, fue necesaria la II Guerra Mundial para terminar con el fascismo y el nazismo, con más de 50 millones de muertos y pérdidas económicas aún incalculables.
La revista Docencia define al fanatismo como un ahorro de energía psicológica. Asegura que la duda que surge frente a una decisión riesgosa demanda una elaboración compleja: sopesar múltiples opciones, prever factores exógenos y endógenos que pudieran afectarla, analizar el problema desde varias ópticas, determinar las probabilidades de éxito o fracaso y los beneficios y costos de uno y otro.
 Durante dicho proceso, la mente se satura trabajando, y genera una creciente sensación de inseguridad. La velocidad del organismo aminora sus reacciones, y florecen el temor y la duda. Mientras mayor sea ésta, mayor tensión se acumulará, mayor será la inseguridad y más lenta la motricidad.
El fanatismo ahorra gran parte de este sufrimiento:
Propone una solución rápida, contundente, eficaz. Elimina la incertidumbre al 100%. Produce un registro de unidad, de coherencia personal que refuerza el mecanismo: el fanático se siente seguro y su seguridad refuerza el fanatismo. Su certeza libera del temor –del error, las consecuencias desagradables, el fracaso-; y dicha liberación refuerza al fanatismo. El fanatismo ayuda a integrarse en grupo, con el cual se identifica y que le acoge con entusiasmo: integración que también refuerza al fanatismo. Todas estas sensaciones facilitan el actuar y las acciones también refuerzan al fanatismo. Desde el punto de vista psicológico, el fanatismo supone un gran ahorro de energía que impulsa a la persona.
Empero, el fanatismo conlleva terribles efectos colaterales: restringe la libertad, degrada la psiquis, incomunica, contamina la autocrítica y el afán de superación, reduce el abanico colores y matices de la vida y niega la dignidad humana del prójimo.
Como epílogo a estas reflexiones, querida Lorena, te invito a votar.
No por que crea que tu voto y el mío puedan romper, en mil pedazos, el fraude de tracto sucesivo dado, montado y sellado tiempo ha.
Pero el instinto que, aunque Platanote gane, no mandará. Y, para que cualquier alternativa de cambio político se dé, es imprescindible la movilización popular. Con gente motivada y enojada, dispuesta a menear la mata.

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