viernes, 29 de marzo de 2013

Venezuela,¡siempre!; Cubazuela, ¡nunca!


El asesinato bestial de dos primos
Fueron hallados los cadáveres de dos primos, en el en el Km 11 de la carretera hacia El Junquito. Los occisos eran barberos, los secuestraron delante de testigos y los asesinaron en la madrugada del domingo. Seis malandros, provistos de escopetas y chalecos antibalas, arrastraron a José Manuel Zúñiga Acosta (18 años) y a Johan José Solar Acosta (23 años), tras presentarse frente a la peluquería propiedad de Solar, en el barrio José Antonio Páez, mientras los se tomaban cervezas con los amigos.
Los familiares juntaron, con gran esfuerzo, 15 mil bolívares que entregaron a los secuestradores en el sector Tierra Roja, bajo la promesa de su inmediata liberación. El mediador volvió al lugar en la tarde del sábado para inquirir sobre ellos, pues aún no se habían reportado. A cambio, le dieron un cachazo en la cabeza y le dijeron: ¡Piérdete de aquí! A las 9 AM del domingo encontraron a José Manuel, con varios tiros en la espalda. A Johan, cerca del mediodía, en el fondo de un barranco al lado de una quebrada, al cual se precipitó, presumiblemente, huyendo de sus captores.
Estos crímenes, bestiales desde todo punto de vista, merecería una respuesta contundente de parte del gobierno, sino fuera porque, en 100 días de ejercicio del poder ejecutivo, el Inmaduro ha superado el récord de 4 mil bajas causadas por la violencia delictiva durante el último año del régimen de libertades que antecedió, hace 14 años, a la dictadura castro-comunista.
Seguid el ejemplo que Dilma Rousseff dio
Venezuela ha llegado al límite de lo soportable al respecto, pues incluso las calles de Bagdad e Islamabad resultan más seguras que las de Caracas, ya que las repúblicas islámicas de Iraq y Pakistán cuentan con índices de víctimas por homicidio muy inferiores, pese a su efervescencia política y la presencia de Al Qaeda, un cáncer terrorista con el cual simpatizaba tanto el difunto ex presidente sobre el cual una vez declaró, pública y enfáticamente, que no lo consideraba responsable de los ataques del 11-S.
Unas de las anclas de Globovisión aseguró hoy que la cadena perpetua habría que establecerla para aplicársela a los autores de atrocidades como las que a diario se cometen en esta sufrida nación. Estaría de acuerdo con él si la semana pasada no se hubieran fugado 19 delincuentes después de un operativo paramilitar, o si  ayer no se hubiese reinaugurado la discoteca de la penitenciaría El Rodeo I.  Pienso que la perpetua debemos reservársela a los traidores a la Patria que nos desgobiernan por ahora, pero eso sí, en establecimientos como El Dorado, Guasina y la Isla del Burro. A los pranes y sus pupilos no les queda otra que el paredón, porque el problema de su jodienda no tiene enmienda,
Así lo entendió la camarada Dilma Rousseff, presidenta de Brasil, quien le ordenó a la policía y el ejército brasileros emplear sus grupos swat y fuerzas especiales para limpiar de malvivientes los barrios marginales de Río y Sao Paulo, ya que las acciones de estos gánsteres  amenazaban con poner en vilo las ganancias esperadas por turismo deportivo en los próximos eventos globales: el Campeonato de Fútbol y las Olimpíadas, desgracia que Brasil no se podía permitir.
Así es que, siguiendo instrucciones de la FIFA y el Comité Olímpico Internacional, la primera mandataria –y, según el difunto, ideológicamente afín al socialismo del siglo XXI- se limpió el vestido con el marxismo leninismo, en especial ese capítulo donde Carlitos afirma que el criminal es un rebelde contra una sociedad injusta, y mejoró la seguridad de su pueblo, a balazo limpio y con una que otra granada de por medio.
Todos poseemos instinto criminal
Pese a los criminólogos y a la tesis de la sociedad supuestamente enferma por el modo capitalista de producción, lla violencia homicida es característica de la naturaleza humana, y se manifestó desde en su aparición sobre el planeta, hace 2 mil o 5 mil millones de años. Así puede inferirse del asesinato de Abel por Caín.
La civilización sólo ha sido posible mediante la represión o canalización del instinto asesino, presente en todos y cada uno de nosotros. Se reprime propalando el miedo a la muerte, a la tortura o al encarcelamiento en presidios con reglas rigurosas. Se canaliza a través de las guerras, la caza y los deportes extremos.
Tanto en la Europa Medioeval como en el antiguo Oeste Estadounidense, los ahorcamientos públicos infundían miedo a los desadaptados potenciales.
Con el tiempo, se limitó la afluencia de testigos a estos espectáculos moralizantes, pero aún en una fecha tan cercana como el 3 de abril de 1936, Bruno Hauptmann, condenado por el secuestro y homicidio del bebé de Charles Lindbergh, pereció tras 16 minutos de insufrible martirio en la silla eléctrica de la prisión estatal Old Smokey, frente a 50 invitados para el acto.
Dos días más tarde, una multitud de 2 mil personas se agolpó a las afueras de la iglesia luterana para rendirle pompas fúnebres a las cenizas del ajusticiado.
Pese a  que los resultados de este juicio no convencieron de su transparencia a muchos, con inclusión de J. Edgard Hoover, quien cuestionó las pesquisas, compilación de pruebas, presentación de evidencias e inculpación llevadas a cabo por la policía de Nueva Jersey, tanto el jurado como los jueces participantes decidieron bajo la máxima presión de la opinión pública, manipulada mediáticamente.
Hoover obligó entonces al Congreso a promulgar la Ley Lindbergh, que tipifica al secuestro como delito federal, y asigna las responsabilidades de investigación, captura de sospechosos y elaboración del sumario a los agentes del FBI.
Al crimen no lo cura el comunismo, la educación ni la psicología
Ese instinto criminal, que subyace en el homo sapiens, condicionada según el conductismo e inconsciente conforme al psicoanálisis, no puede ser curada ni siquiera por la psicoterapia experiencial, o centrada en el individuo.
Tampoco puede ser desterrada por la educación, pues el hombre lombrosiano se resiente ante cualquier manifestación de autoridad, hecho que se demuestra con el permanente vandalismo contra las escuelas y liceos públicos, ejecutado impunemente por los mismos y grotescos personajes que figuran de victimarios en los secuestros exprés y otros delitos que engalanan de rojo las páginas de sucesos de la prensa venezolana.
También confirmaría lo que planteaba José Ortega y Gasset, que los humanos éramos una especie de chiste de mal gusto el cual, con inexplicable ironía, había diseñado Dios, pues nos había dejado a medio camino entre las bestias y los ángeles.
Y, asímismo, lo que apuntan los caminos espirituales sobre la reencarnación, pues si somos una materia prima y no pudiéramos en vida transformarnos en un producto elaborado, hechos no a imagen y semejanza de Él, sino incorporados a su propia substancia; no nos quedaría más que volver a comenzar, no desde el inicio, sino desde el lugar donde nuestros karmas y darmas nos hubieran llevado.
El instinto amoroso es lo contrario al asesino
Pero también, si fue Dios, según la parábola bíblica de Adán y Eva, o alguno de
Los Antiguos, como lo expresara Harold Philip Lovecraft –cuya hipótesis sostenía que nuestra razón de existir estaba en la necesidad de usarnos como bestias de carga y satisfacer la concupiscencia crónica de los extraterrestres-, también nos dio el instinto amoroso, lo contrario al asesino.
Amor no en el sentido banalizado como lo entiende la sociedad desvalorizada de hoy, donde todo lo que vale es el tener y no el ser, una creencia desvalorizada que comparten los pranes y sus bandas, los chavistas y los civiles y militares boliburgueses.
El amor no es un lechazo, sino una forma de acercarse, conocer y servir al prójimo; acercándose, conociéndose y sirviéndose uno mismo.
Y cuando digo amor, me refiero a todo lo que dicho concepto implica.
Comencemos con ese sentimiento universal que es la pasión, descrita como lo fuera por Próspero Merimée en Carmen, así como en sus múltiples versiones. Confieso haber vivido una pasión semejante, me gustó muchísimo y tuve con ella casi una experiencia mística, desde el cortejo hasta el último orgasmo. Cometí por ella muchísimos yerros, pero los volvería a cometer aún a sabiendas, con la excepción del final, el cual consistió en alejarme de la mujer que me apasionaba.
Porque ahora entiendo que, si me hubiese quedado en vez de escapar, habría profundizado en otra etapa del amor: el acostumbrarse el uno al otro, el emprender un proyecto de vida en común, el convertirse en las dos mitades de una misma naranja.
Y la estupidez de quienes reprimen ese hermoso instinto con medidas como el celibato, pensando que el no yacer con la persona deseada es del agrado de Dios, cuando la sexualidad no puede interpretarse sino como un regalo que Él nos hizo para ayudarnos a morar en este valle de lágrimas. Si Él hubiese querido sólo lograr reproducción, no nos hubiese dotado del pene más grande que existe, porcentualmente hablando, entre los mamíferos.
Ayer escuché a una dama que hablaba de un estilo diferente de amor. Se trata de un ama de casa, soltera que decidió adoptar un bebé porque es estéril. No una persona adinerada, pero si colmada de valor, ética y afectividad.
Su historia resulta ejemplarizante, pues actúo de manera incondicional –no puso obstáculos por el sexo, la raza o la edad de la o el adoptable-. Recibió una niña que se le parece mucho. Y tuvo que juntar dinero con gran sacrificio para pagarle al abogado que defendió su tesoro contra una jueza que se la quería quitar por no estar casada.
Esta conmovedora slice of life me hizo recordar que pese a los trucos de esta desmañada banda de conjurados que ejercen el poder y despilfarran los cobres de todos los venezolanos, hay gente como ella, que surgirá cuando desaparezca, antes de lo que se piensa, la plaga que quiere convertir al país en Cubazuela.

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