sábado, 21 de octubre de 2017

El fascismo criollo (III)

Capítulo VIII
El fascismo en Venezuela

En este sentido, la experiencia venezolana es impresionante.
En 1945 un grupo de oficiales y civiles, al mando del teniente coronel Carlos Delgado Chalbaud, derrocó el gobierno del general Isaías Medina Angarita; el más democrático, honesto y progresista que la nación había tenido desde su Independencia.
Como los demás militares que actuaron en el golpe, los venezolanos habían bebido el nacionalismo en las academias donde estudiaron. Delgado, en Saint Cyr, Francia; Marcos Pérez Jiménez, en Chorrillos, Perú y así. Al actuar en la defenestración de Medina un partido socialista, Acción Democrática, que derivado como el Apra de la escisión marxista de la III Internacional, se dio la tormenta perfecta: un régimen nacional–socialista.
El experimento terminó el 2 de diciembre de 1948, cuando los militares decidieron sacudirse a los civiles y declarar el gobierno de las FFAA a secas.

El extraño intermezzo de un magnicidio




El cadáver del asesinado Presidente Carlos Delgado Chalbaud en capilla ardiente

Dos años después, el 13 de noviembre de 1950, fue asesinado Delgado Chalbaud, Presidente de la Junta de Gobierno surgida tras el golpe contra Rómulo Gallegos.
Rafael Simón Urbina, sindicado como el autor del crimen, cayó, también abaleado, cuando intentaba huir.
El caso de Delgado Chalbaud no deja de ser harto extraño, por su excepcionalidad.
Hans Braun[1] llegó a Maiquetía desde Colombia el 10 de Noviembre de 1950. Le recibieron protocolariamente, y le llevaron a una suite del Hotel Ávila, entonces el mejor hotel de Caracas. Esa misma noche, en un lujoso apartamento de la Plaza Altamira, cenó con prominentes políticos y hombres de negocios, algunos de ellos miembros del Grupo Uribante, así llamado por su origen tachirense[2]. Le habían convocado para informarle sobre su proyecto para secuestrar y deponer a Delgado Chalbaud y solicitarle, a tal efecto, consejo, apoyo y la bendición del Tío Sam.
El Grupo Uribante participó en casi todas las conspiraciones que hubo en  Venezuela en las décadas de los cuarenta y los cincuenta del siglo pasado. El miembro más connotado del exclusivo club, Miguel Moreno, quien era a la fecha Secretario de la Junta de Gobierno que presidía Delgado Chalbaud, después del magnicidio fue expatriado y no se le permitió regresar más nunca.[3]
Poco añadió Braun al plan.
Le pareció de ingenuidad supina que el primer mandatario venezolano utilizara siempre el mismo trayecto para desplazarse de su residencia a su despacho. Pensó que era un suicidio viajar en un vehículo no blindado, sin más escoltas que un par de motociclistas, dos edecanes y el chofer. Visualizó la acción como de poca complejidad, y así se lo hizo saber a sus anfitriones.
Después se dedicó a comer y beber con ellos, dedicándose a sus propios asuntos, que consistían en identificar, oír y recordar a sus interlocutores.
Ellos admiraron la sangre fría del joven agente, quien no sólo hablaba inglés, sino alemán y español sin acento, y para quien el asesinato del jefe de Estado de una nación amiga le resultaba lo más natural del mundo.
Un conocido abogado, Antonio Aranguren, representaba en Venezuela los intereses de la Standard Oil Company, la mayor concesionaria petrolera estadounidense. Con fondos aportados por su casa matriz, compró las armas, alquiló la casa donde se ocultarían los conspiradores, y proveyó la logística requerida.[4]
Huelga decir que, en 1950, ni las petroleras ni los productores se habían cartelizado. Las cinco hermanas nacerían recién a finales los cincuenta, después de la Guerra de Suez; y la OPEP tendría que esperar hasta que el gobierno de Betancourt concertara un acuerdo con sus colegas levantinos, lo que sólo sucedería a mediados de los sesenta.
En aquellos días los negocios petroleros terminaban como en el Viejo Oeste Americano, a puñaladas, tiros y tacos de dinamita. Sobre todo si se trataba de un botín grande, y Venezuela era entonces el tercer productor de crudos del planeta y el primer exportador de los mismos a EEUU.
Los sicarios eran conspiradores de oficio, gente agresiva y rústica, nacida en la tradicionalmente enguerrillada Serranía de Coro. Les dirigía Rafael Urbina, general autonombrado en las guerras del caudillismo, quien durante la dictadura de Juan Vicente Gómez no logró tomar Coro, pero sí ocupar incruentamente a la isla neerlandesa de Curazao como plataforma para su posterior y frustrada aventura. Uno de los conjurados contra Delgado Chalbaud era Domingo Urbina, sobrino del general, quien le daría el tiro de gracia al Presidente.
Como hecho curioso Román Delgado, padre de Carlos, también había fracasado al desembarcar y levantarse contra Gómez en Cumaná. Román murió en la acción, pero su hijo Carlos, quien le acompañaba en la aventura, escapó ileso y huyo a Francia, donde se transformó en la antítesis de Urbina.
Por su origen, Delgado Chalbaud pertenecía a la aristocracia de provincia. Se graduó Ingeniero Civil y Militar, con los mayores honores de su promoción. Se convirtió en viajero cosmopolita, y fue recibido como par por la nobleza del Viejo Mundo. Por eso, visualizaba a Venezuela más cerca de Europa que de EEUU.
Delgado creía poseer la clave para reducir la influencia  estadounidense en Venezuela, magnificada por su relativa cercanía al país. Consideraba que, al entregarle las nuevas concesiones petroleras a los holandeses e ingleses, lograría balancear el poder omnipotente del Imperio Yanqui.
 Urbina, en cambio, despreciaba a los holandeses por su pragmatismo a ultranza. Les conocía bastante bien, pues muchos antillano–neerlandeses se habían establecido en Coro, su provincia natal, desde la Colonia. Urbina agregaba a esta xenofobia, común entre los descendientes de los inmigrantes vascos llegados a Coro en el Siglo XVI, un anticomunismo feroz, tal como se predicaba en EEUU en la época.
Urbina consideraba Delgado un blandengue. Creía que, por su causa, Rómulo Betancourt retomaría el poder a corto plazo, lo cual, en efecto, sucedió. Aspiraba a triunfar, para imponer en Venezuela un régimen a lo Trujillo o a lo Somoza, con el visto bueno de los yanquis. Por otra parte, creía que Betancourt como un topo comunista.
En efecto, las ideas expresadas por Betancourt en el ensayo Venezuela, política y petróleo y sus intervenciones públicas no concordaban con la visión estadounidense del capitalismo de posguerra sino, más bien, con las del modelo socialista.
Tras volver del exilio y presidir de nuevo al país, Betancourt tampoco adoptó el liberalismo como eje del desarrollo, sino una suerte de capitalismo de Estado, paternalista y clientelar, según el marxismo–engeliano aplicado por Josip Broz (Tito) en Yugoslavia.
Los gringos apostaban a lo seguro, hipótesis sobre la cual existen opiniones y documentos valiosos que la soportan. Para nada les servía un caudillo de vieja data gobernando en Miraflores. No querían a Delgado, pero mucho menos a Urbina. Preferían a Pérez Jiménez, oficial egresado de Chorrillos, quien indudablemente les favorecería en el reparto de las nuevas concesiones petroleras.
La CIA aprobó la conspiración contra Delgado Chalbaud, promovida por la Standard Oil y el Grupo Uribante. El FBI apoyó a Pérez Jiménez, exonerándole de toda culpa en el magnicidio, y poniéndole en sus manos el timón de Venezuela.
Los resultados de la investigación sobre el magnicidio, realizada bajo la supervisión personal de John Edgard Hoover, fueron compilados en cuatro gruesos volúmenes, y distribuidos profusamente entre los medios. Pero más tarde, se recogieron.
En ellos no se incriminaba a Pérez Jiménez, pues ya el culpable había sido identificado. Las preguntas que se formularon entonces fueron–: ¿Por qué fueron confiscados estos libros? ¿A quién o a quiénes involucraban las pesquisas del FBI?
Delgado Chalbaud no murió durante su abducción, en la cual quedó desfigurado su escolta, el teniente Julio Bacalao Lara. Como le pasó al torero Paquirri, Delgado Chalbaud se desangró internamente, sin percatarse que la vida escapaba entre las tripas.
Al caer en manos de la Seguridad Nacional, los Urbina fueron ejecutados ipso facto. Aranguren purgó una pena larga en los calabozos de la dictadura. Al volver la democracia y recién recuperada su libertad, desapareció, misteriosamente, mientras sobrevolaba a Barlovento.

Los celos entre la CIA y el FBI en el escenario venezolano



El general Pérez Jiménez recibe la Medalla al Mérito de EEUU

¿Quién vendió la conjura?
Probablemente Pedro Estrada, sabueso por instinto y policía de profesión, quien sirvió a todos los gobiernos venezolanos, desde Gómez hasta Pérez Jiménez, y llegó a comandar a un ejército de 5 mil esbirros, en una Venezuela que apenas contaba con 7 millones de habitantes y cuyas FFAA no superaban los 15 mil efectivos.
Aunque sus subalternos podían ser considerados verdaderos prototipos lombrosianos, Estrada, con tan mala entraña como ellos, les llevaba una morena en cultura e inteligencia.
Vestía con elegancia y distinción. Hablaba, fluidamente, francés e inglés; el primero por haberlo estudiado en Trinidad, el segundo por haber sido alumno sobresaliente del Deuxieme Bureau en Francia.
Estrada fue siempre un hombre de hogar. Al final de su mandato casó, en segundas nupcias con una hermosa viuda de la mejor sociedad caraqueña. Con sus dotes de seductor y la partida secreta del Ministerio RRII, consiguió muchas más delaciones que mediante la tortura .
La inusitada cortesía la cual le trató el gobierno francés durante el exilio, fue una contraprestación a los servicios que Estrada les brindó como asesor de seguridad del Estado, en los momentos críticos habidos después de la Independencia de Argelia.
Tras el atentado contra De Gaulle, el gobierno tomó la iniciativa y terminó con las ilusiones de los aguerridos legionarios y paracaidistas indochinos y argelinos, quienes ansiaban devolverle a su nación la grandeza colonial.
Haya sido como fuera, el poder del cual disfrutó Estrada sólo es comparable, proporcionalmente, al que tuvieron Hoover, director del FBI, o Beria, Comisario de Seguridad de la URSS.
La  intervención de Estrada al resolver el magnicidio se puede explicar en función las desavenencias existentes entre los organismos de seguridad de EEUU cuando mataron a Delgado Chalbaud: el FBI espiaba a la CIA y viceversa.
Estrada tuvo que haber recibido una alerta del FBI sobre el complot contra el Presidente. Sin descalificar la macabra eficiencia de la Seguridad Nacional, sólo así puede entenderse la velocidad conque Estrada detectó, detuvo y ajustició a los conjurados, y el FBI resolvió policialmente el crimen.
Si se considera esta hipótesis como verdadera, Estrada, debió preguntarse–: ¿A mí qué me conviene más, que mande Delgado Chalbaud o Pérez Jiménez?
¿Por qué la CIA y el FBI habrían actuado de manera distinta y contradictoria en este caso?
En 1942 el Presidente Franklin D. Roosevelt fundó la OSS Office of Strategic Services para inteligencia militar y sabotaje. Roosevelt se proponía, entre líneas,  limitar el control absoluto que Hoover poseía a la fecha, control que definió muy bien el Presidente de la Comisión Judicial del Congreso Norteamericano: Hoover tuvo en sus manos el poder absoluto sobre la vida y el destino de todos los estadounidenses. No hubo presidente, congresista ni funcionario público, de cualquier rango, que no estuviera fichado por él…[5] Y lo ejerció, ¡de qué manera!
Durante la II Guerra Mundial internó en campos de concentración a miles de inocentes estadounidenses, cuyo único pecado era su ascendencia japonesa. Después del conflicto se dedicó a cazar brujas, enjuiciando por sospechosos de comunismo a más de 50 mil personas, entre quienes cayeron Robert Oppenheimer, padre de la bomba atómica, y Charles Chaplin, a quien deportó por la nimiedad de haberse burlado de él en una de sus películas.
Durante las dos últimas décadas de su gestión de 44 años se produjo el magnicidio de John Kennedy y los homicidios de Robert Kennedy, Malcolm X y Martin Luther King, a quienes Hoover consideraba enemigos jurados, en circunstancias aún oscuras. Inmediatamente después de su muerte, y por órdenes expresas del Fiscal General de la Nación, los archivos personales de Hoover fueron destruidos.
Truman, que sucedió a Roosevelt en la Presidencia de EEUU, desconfiaba de Hoover tanto como su antecesor, por lo cual le confirió a la OSS la responsabilidad de analista de la información global, coordinación de inteligencia y contrainteligencia y planificación de operaciones encubiertas. Así nació en 1946 el CIG —Central Intelligence Group—.
William Donovan, su Director pudo finalmente en 1947 consolidar a los servicios de inteligencia en un organismo único de seguridad, la CIA, como se la conoce al presente. Sin embargo, para lograrlo, se vio obligado a cederle a Hoover el control del espionaje y contraespionaje en territorio estadounidense.
Si alguien no creyera la historia de Hans Braun sobre la participación de la CIA en el magnicidio de Delgado Chalbaud, de lo que sí no debería dudar es de su larga intervención en todas los golpes de Estado y conflictos bélicos habidos en Iberoamérica, desde la caída de Jacobo Árbenz en 1952, Presidente de Guatemala, hasta las guerras civiles que asolaron a Centroamérica en los últimos tres decenios del Siglo XX, así como en los asesinatos de Rafael Leónidas Trujillo y Salvador Allende.
A Fidel Castro la CIA le dedicó una docena de frustrados intentos de asesinato, empleando medios que parecen sacados de las películas de James Bond. Chávez heredó de su mentor, Fidel, la paranoia contra la CIA y, de vez en cuando, afirmaba que la CIA lo quería quebrar. Empero, donde lo quebraron fue en La Habana.
Con el fin de la Guerra Fría, la CIA se volvió obsoleta y el sitial preeminente que una vez tuviera lo ocupó la DEA. Los peores fallos de la CIA ocurrieron en la voladura de las embajadas americanas en África, el ataque suicida contra el destructor USS Cole en Yemen y los falsos positivos en identificación de armas de destrucción masiva en Irak.
Por razones históricas, a los venezolanos les repugna, profundamente, apelar a la solución estadounidense para liberarse, expeditamente, de jefes de Estado indeseables o inconvenientes.






[1] Nombre ficticio que ampara a un personaje real a quien conocí personalmente.
[2] Se refiere a uno de los ríos que discurren por el Estado Táchira.
[3] Cuando cayó Pérez Jiménez, en 1958, Miguel Moreno intentó volver a Venezuela por Maiquetía, pero las nuevas autoridades le deportaron a Nueva York, en el mismo avión de Pan American en el que había llegado.
[4] Esta hipótesis fue formulada por el doctor Juan Bautista Fuenmayor, co fundador del Partido Comunista de Venezuela, pensador y ex Rector de la Universidad Santa María de Caracas. La publicó en Santiago de Chile, mientras se hallaba exiliado, y la tituló Aves de rapiña sobre Venezuela. A fin de descalificar su importante aporte, se editó un libro homónimo, donde se tildaba de corruptos a honorables ciudadanos que habían servido en el régimen de Pérez Jiménez, lo cual hizo que amigos y simpatizantes le hicieran la cruz al documento original.
[5] Weiner, Tim: Legado de cenizas – Historia de la CIA (2007)

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