sábado, 21 de octubre de 2017


El fascismo criollo (IV)

Capítulo X
La vuelta del nacional–socialismo en Venezuela

En 1958, los partidos socialistas venezolanos salieron de la resistencia y el exilio y volvieron al poder, repitiendo la abortada experiencia de 1945. Fue la llamada IV República, consagrada en el Pacto de Punto Fijo, del cual sólo quedaron excluidos los comunistas y izquierdistas radicales, que se fueron a las guerrillas por órdenes del Che Guevara y Fidel Castro.


La alternancia puntofijista en acción: Caldera le pasa el testigo a CAP

El modelo de la IV República nunca le devolvió al país las garantías económicas que habían sido suspendidas durante la II Guerra Mundial. Cuando Pérez Jiménez aplicó el programa del Nuevo Ideal Nacional, se cuidó mucho de reservar para el Estado la propiedad de las empresas básicas: acero, aluminio, energía eléctrica, petróleo. Tanto la nacionalización del hierro, decretada por Rafael Caldera, y de las trasnacionales petroleras, a cargo de Carlos Andrés Pérez, siguieron las reglas económicas impuestas por la dictadura perezjimenizta. Por eso, Arturo Uslar Pietri nunca creyó que la IV República fuese una democracia verdadera, sino, más bien, un régimen de libertades.
También se emprendieron programas para darle a los desposeídos asistencia gratuita en alimentación, educación y salud. Durante el segundo período de Rafael Caldera, el comandante golpista Francisco Arias Cárdenas manejó el programa El vaso de leche escolar, a escala nacional, el cual se complementaba con comedores populares y becas escolares.
En Cúcuta, capital de la Provincia del Norte de Santander, había busetas que iban desde Cúcuta hasta la Maternidad de San Cristóbal, pues la atención médica a las embarazadas era absolutamente gratuita en Venezuela, pero totalmente impagable para los pobres en Colombia.
Sólo en el segundo mandato de Carlos Andrés Pérez se intentó adentrar a Venezuela en la economía de mercado, con un paquete de medidas preparado por el economista Miguel Rodríguez.
Sólo un pequeño incremento del precio de la gasolina, muy por debajo incluso de los costos internacionales, desencadenó una serie de manifestaciones in crescendo que, más adelante, dieron pie en 1989 a El Caracazo, un estallido social predador, organizado, entre otros, por el comisario de policía Freddy Bernal, que debió ser sofocado por el Ejército, con u balance de más de un mil muertos. Después de El Caracazo, vinieron los golpes del comandante Hugo Chávez en febrero de 1992, y del general Francisco Visconti, en noviembre del mismo año.
Ese mismo año apareció en el Diario El Nacional un recuadro donde se informaba del presunto manejo doloso de 250 millones de bolívares, por la una rectificación de la partida secreta del Ministerio de RRII. Esa nota condujo a la acusación por malversación y peculado del Presidente Pérez, su destitución y privación de libertad. Estos actos le sirvieron el poder en bandeja de plata a la anti–política, representada por Chávez.

La labor de zapa del comunismo infiltrado

Mientras la tormenta perfecta parecía haberse convertido en chubasco tropical en el régimen de libertades de la IV República, en 1964 se gestaba un nuevo nacional– socialismo o fascismo criollo, la Revolución Bolivariana.


Chávez, líder de un golpe que comenzó a planearse desde 1964

Según Alberto Garrido[1], el 18 de octubre de ese año los marxistas aprobaron un informe sobre la situación político-militar del país, documento que había sido elaborado por Douglas Bravo y Elías Manuitt, comandantes de la lucha guerrillera en la Sierra de Falcón. Fue el primer escrito que trataba la fusión de la guerrilla y las FFAA venezolanas.
En él se destacaba, como una singularidad venezolana, la inexistencia de clases cerradas en lo económico, político e ideológico, característica proveniente de la esencia del Ejército independentista y la doctrina igualitaria y popular de la Guerra Federal. Por eso, el icono del Libertador siempre estuvo presente en la guerrilla venezolana.
Cuando los documentos de la montaña fueron aprobados, existía el Frente Simón Bolívar, a cargo de Argimiro Gabaldón. También el Ezequiel Zamora, dirigido por Francisco Prada. Solamente faltaba entonces el nombre de Simón Rodríguez para completar el Árbol de las tres raíces. A fines de los años sesenta, también Simón Rodríguez fue reivindicado por la guerrilla. Cuando apareció Ruptura, brazo legal del Partido de la Revolución Venezolana (PRV), el sector guerrillerista de Bravo, que en 1966 se había desprendido del Partido Comunista, distribuyó un afiche de la organización con el rostro del maestro de Bolívar.
La inserción de la guerrilla en las FFAA fue estimado a corto y largo plazos. A largo plazo, para hacer proselitismo y acumular fondos para el momento insurreccional, evitando desperdiciar ambos recursos en acciones inoportunas. A corto plazo, para convertir a las FFAA en un proveedor de armamentos, logística, inteligencia y otros para el usufructo del movimiento .
Los fallidos intentos golpistas de Carúpano y Puerto Cabello –mayo y junio de 1962– se basaron en la estrategia de cívico–militar diseñada por el Partido Comunista en 1957.
Su fracaso tuvo como consecuencia la captura de varios oficiales miembros del Partido Comunista o el Movimiento de Izquierda Revolucionaria. Algunos de ellos incorporaron después a la guerrilla, y llegaron a tener mandos en la insurrección: Manuel Azuaje, Rider Colina, Elías Manuitt Camero, Pedro Medina Silva, Juan de Dios Moncada Vidal, Manuel Ponte Rodríguez. Entre los civiles que participaron de los alzamientos se encontraban Humberto Arrietti, Pedro Duno, Germán Lairet, Eloy Torres, tutelados por Guillermo García Ponce.
La guerrilla nunca se planteó una revolución dirigida desde las FFAA, sino la derrota total de éstas. Hacia 1976 la guerrilla fue militarmente vencida mas, gracias al encarcelamiento de Richard Izarra[2], editor de la Revista Reventón, veteranos combatientes que compartían celda con el joven periodista –de 19 años de edad–, conocieron a su hermano, el piloto militar William Izarra, y establecieron un vínculo entre Izarra y Bravo.
Ya Izarra había incluido en su programa político el ambientalismo, el indigenismo, el reformismo y un culto popular que incorporaba como deidad a Bolívar. En lo internacional, se identificaba con la Tercera posición, apartada de la bipolaridad y cercana a la Revolución Cultural China.
El nuevo objetivo era la alianza cívico-militar, que en lo castrense se traducía en la formación de un Tercer Ejército, o Ejército Continental de Bolívar, mezclando a los revolucionarios de las FFAA con la vieja guerrilla.
La Revolución Bolivariana devendría de la ruptura histórica, de ahí que la publicación de la organización se llamara Ruptura Continental, tras la cual se crearía una nueva civilización. Izarra quedó seducido por los planteamientos de Bravo, y se dedicó a formar con ahínco un movimiento clandestino para impulsar la revolución desde las FFAA.
Así nacieron, sucesivamente, Revolución 83 y Alianza Revolucionaria de Militares Activos. Los grupos subsistieron hasta que Izarra fue expulsado de la Aviación Militar, por un chivatazo.
Entonces, la estrategia tomó otro camino.
En 1977, se instaló el Frente Militar de Carrera, para coordinar a los distintos componentes. En el Ejército se cuadraron, el Comité de Militares Bolivarianos, Patrióticos y Revolucionarios, el Ejército Bolivariano y luego el Movimiento Bolivariano Revolucionario (MBR–200).
Pocos militares, entre ellos Hugo Chávez, conocían al cerebro de la conjura, Douglas Bravo. Toda la teoría a estaba servida para los jóvenes oficiales: su elaboración le había llevado a la dirigencia guerrillera, para ese momento, más de tres lustros. Hasta el cantautor Alí Primera era símbolo del MBR–200.
El MBR–200, con base en el Ejército, se expandió a la periferia bajo el mando de Chávez. En 1986, Francisco Arias Cárdenas, quien había sido cercano a Izarra y al Ejército Bolivariano, se reunió con Chávez en San Cristóbal a negociar las condiciones de una alianza. Chávez sostenía, en líneas generales, las viejas tesis guerrilleras. Arias, en cambio, planteaba una conspiración militar clásica, aunque preservando los nexos con el sector civil, el cual veía necesario, fundamentalmente, como apoyo logístico.
El pacto Chávez-Arias desplazó a Bravo. Pero no a las franquicias de la Revolución Bolivariana, que sólo cambiaron de dueño. La llegada de Kléber Ramírez al MBR-200, ex dirigente del PRV, significó el reconocimiento a las ideas de Bravo.
Tras el fracaso militar del 4–F, se produjo la ruptura ideológica, política y organizativa entre los comandantes del alzamiento.
Un grupo, bajo el liderazgo de Arias, se reincorporó a la vida política a través del gobierno de Rafael Caldera; y el otro, conducido por Chávez, se mantuvo enfrentado al sistema.
Chávez anticipó, en la prisión de Yare, una guerra civil, considerándola fratricida, pero justa y legítima. Al quedar en libertad, Chávez se inclinaba por la abstención electoral, pero Luis Miquelena le convenció, encuestas en mano, que la vía electoral era posible para asaltar el poder.
Surgió así lo de la revolución pacífica y democrática. William Izarra, llamado por Chávez como parte del nuevo equipo, definió su estrategia de la siguiente manera: Tomar el poder por la vía electoral para, desde el Gobierno, implantar el modelo revolucionario.
En el ínterin apareció Norberto Ceresole, sociólogo argentino asesor de Raúl Seineidin, jefe de los militares rebeldes argentinos llamados carapintadas. Chávez y Ceresole se encontraron en 1994, y desarrollaron una intensa relación. Chávez tomó de Ceresole dos ideas centrales. Gobernar con legitimidad popular –Con Chávez manda el pueblo–, pero a través del Ejército –Obediencia debida–, para evitar las interminables discusiones de las democracias representativas.
El modelo fue llamado por Ceresole pos democracia. En el plano internacional, planteaba un mundo pluripolar, capaz de enfrentar al mundo unipolar liderado por EEUU. El nuevo orden internacional, alianzas estratégicas con los aliados de  gobiernos y movimientos opuestos a EEUU: China, Cuba, Irak, Irán, Libia y Rusia para empezar.
El 11 de abril del 2001 la Revolución Bolivariana ideada por Bravo, modelada por Ceresole y liderada por Chávez, chocó con una traumática realidad: una buena parte de la alta oficialidad de las FFAA rechazaba a la revolución. Chávez fue depuesto y repuesto en 48 horas, por falta de un proyecto de poder de quienes le tumbaron.
El resultado inmediato del doble sacudón fue el cambio de rumbo de la estrategia. Se volvió al proyecto original cívico–militar: una parte de las FFAA se quedó con el sector revolucionario de la población para provocar la ruptura histórica.


Capítulo XI
El convenio entre la clase media y el gran capital

Apoyándose en  la experiencia europea,  Dos Santos arriba a las  siguientes conclusiones:
Puesto que el fascismo se apoya  en la pequeña burguesía y una  ideología  política  social–confusa,  el  Estado  fascista es en realidad un convenio entre la clase media y el gran capital.
En consecuencia, los regímenes fascistas concretos no son los necesariamente imbuidos y construidos sobre ideales equívocos y  demagógicos, sino como resultados del encuentros entre  estos ideales y las condiciones objetivas.
Por eso –según Dos Santos– es impropio calificar de fascistas a los gobiernos de Juan Domingo Perón y Getulio Vargas, ya que–: …las  formas  corporativistas que se dibujaban  alrededor  de estos regímenes reflejaban,  en el contexto de  los años treinta un  ideal  liberador  y  nada   reaccionario.[3]
Empero, si considera las dictaduras militares como regímenes fascistas-dependientes, pues reemplazan la imagen del jefe por el de una elite tecnocrática militar y civil, y al aparato nacional burocrático­–militar por la represión y el orden público como  factores de  desarrollo.
Otro escritor que comparte esta segunda corriente es Armando Cassigoli, quien  distingue dos clases de fascismo: el del esquema europeo de las entreguerras del siglo y el latinoamericano, al que prefiere categorizar como atípico. Su juicio valorativo no profundiza en las especificidades de los regímenes latinoamericanos, sino que diferencia y asemeja ambos modelos.
El primer fascismo es un fenómeno político, fundamentalmente europeo, inherente a la acumulación de la riqueza, al cual Lenin denominó “imperialismo”. Se caracteriza por oponerse al proletariado, al internacionalismo, al  socialismo, al bolchevismo y al capitalismo liberal. El segundo tipo, de franco  desarrollo en America Latina, presenta analogías formales con el primero, pero aparece en un contexto diferente: la internacionalización del capital  y multiplicación de las transnacionales. Adopta como ideología la defensa  del  mundo libre, de la cultura occidental, del Hemisferio; es decir, la preservación del status capitalista global.[4]
Un ensayo de Marcos Kaplan ilustra la tercera interpretación cuando responde a la siguiente pregunta –: ¿Cuándo aparece y se desarrolla una  modalidad sui generis del fascismo latinoamericano? Desde el comienzo de los años treinta, donde se inicia el declive, la descomposición mas o menos rápida  de las estructuras y condiciones socioeconómicas que  habían facilitado al Estado tradicional y a la oligarquía el cumplimiento de sus metas y objetivos, permitiéndoles consolidar su dominación y su  hegemonía.
La aparición del fascismo se explica como resultado de esta contradicción insoluble entre las exigencias del modelo de crecimiento y el tipo de economía y de sociedad que pretende llevarlo a cabo; los efectos de la hegemonía en crisis y la continua inestabilidad política.
A través del fascismo, se consolidan la elite oligárquica y sus alianzas estratégicas, se refuerza la intervención estatal y se redefine su aplicación, se le da paso al desarrollismo, la utilización práctica de la ciencia y la tecnología y la captación de la meritocracia para reorientar el sistema educativo, asignar recursos crecientes a las formas simbólicas de poder, militarizar parte de la burocracia estatal, universalizar la coacción y elaborar  un  nuevo  orden  político.[5]
Kaplan piensa que la elite oligárquica refuerza y  organiza un sistema de alianzas que le permite un mayor refuerzo del  poder. Esta conversión adaptativa de la oligarquía se completa con vínculos con las trasnacionales y las FFAA; así como con intelectuales, tecnócratas, meritócratas, burócratas, profesionales de clase media, sindicalistas y la aristocracia obrera.
Finalmente, de manera dogmática y pesimista, pontifica–: El fascismo se ha instalado y va a perpetuarse para  siempre,  pues dada su  naturaleza  y resultados, aspira  a la  eternidad.

El neofascismo en cuestión

Dos criticas de origen marxista descalifican la hipótesis del fascismo aplicado a la dominación de Iberoamérica. La de Hugo Zemelman,  que lo visualiza como un régimen  militar  nacido en el seno de una sociedad socialista –la sociedad chilena bajo Pinochet–. La de Borón, que rechaza enfáticamente la mera existencia de un fascismo latinoamericano.
Zemelman  propone que negar  o  afirmar a los regímenes  fascistas  en America  Latina  requiere definir e identificar a priori los rasgos de su esencia. Para él, el fascismo luce como una incapacidad de la alta burguesía para controlar al proletariado. El fascismo tiene como atributo la unidad monolítica, que exige, a su vez la sumisión de  las masas populares y de la burguesía –u obediencia debida– rompiendo así los nexos del aparato estatal con todos los intereses  particulares de los grupos socioeconómicos, lo que explica la  independencia  del  poder  fascista de la antigua clase gobernante.
Otro  rasgo  distintivo del  fascismo es su formateo como movimiento de masas radicalmente antiliberal, e instrumento de los grandes  intereses  monopolistas y terratenientes, bajo la cobertura del cooperativismo.
Respecto al fascismo chileno, Zemelman  se aparta de los demás.
En  Chile  la   organización   de  un  movimiento de masas y de un  partido  que  hubiera  sido  el  centro  supremo  de  decisiones,  no  se dio:   las FFAA se auto–asignaron ambas funciones. Además, apartaron a los partidos democráticos tradicionales y cuestionaron a sus líderes. El proceso chileno nunca recurrió a factores carismáticos ni a la demagogia socialista para movilizar las fuerzas pequeño­–burguesas,  como sí lo hizo el fascismo  europeo.  La  ausencia antes del golpe de Estado de un partido de masas de oricntaci6n  fascista –que pudo haber sido el Demócrata Cristiano de Eduardo Frei–, facilitó el  enfrentamiento  directo  entre  las FFAA y la oposición. Los militares, al echar a los partidos tradicionales, se  convirtieron  en  la nueva clase política. A modo  de conclusión, Zemelman  estipula que el proceso de fascistización que va de la etapa  popular a la etapa  militar  y totalitaria),  al  no  haberse  cumplido en Chile, se caracterizó sobre todo por su carácter militar y burocrático.[6]
El sociólogo argentino Atilio Borón se pregunta–: ¿Es el fascismo un término apropiado para definir la naturaleza de los regímenes políticos de esta región? No es recurriendo a la denuncia  ideológica y a palabras que arden, justificadas y empleadas correctamente  en  otras  épocas  y lugares, como se detectan los rasgos distintivos de los  gobiernos represivos de America Latina.[7]
Borón critica la utilización desconsiderada del concepto proceso de  fascistización  en Iberoamérica, pues llevaría a meter en un mismo saco de gatos las dictaduras de Anastasio Somoza, Rafael Leónidas Trujillo, Alfredo Stroessner y Françoise Duvalier; las cuales, según él, nada tuvieron de fascismo:
Si la fuerza. la violencia inherente a todo Estado son sinónimas de fascismo, hay que  considerar a toda la historia de la humanidad como “la historia del fascismo”. El fascismo crece sobre las ruinas de  una  ofensiva  revolucionaria frustrada y los hombros de una amplia movilización de la pequeña burguesía […] El fascismo es un sistema que, pese a su amalgama contradictoria, representa una alternativa a la vieja ideología liberal.
El nuevo autoritarismo militar aparecido en Iberoamérica a finales de  los años sesenta y setenta del Siglo XX –según Borón– no estaban vinculados necesariamente con el crecimiento del capitalismo monopolista, lo cual si habría ocurrido en Europa cuando la gran burguesía nacional fue, al mismo tiempo, hegemónica, monopolista e imperialista. La internacionalización fascista en los mercados periféricos se realizó de forma distinta en Alemania e Italia y Alemania pues su capitalismo estaba retrasado. Fue un intermedio pos populista producto de las crisis de las instituciones  liberales, y cuyo objetivo centralizo en crear nuevas alianzas.
Según Borón, los dueños del capital transnacional aseguraron su poder al dominar a la pequeña burguesía nacional y a ciertos sectores de la clase media que pudieron obtener beneficios concretos en el nuevo esquema de acumulación. En tercer lugar, insiste  Borón, deben establecerse diferencias con  los fascismos europeos pues en los autoritarismos latinoamericanos no hay masas que apoyen a tales regímenes ni una ideología que los secunde.
A partir de Allende en Chile y Goulart en Brasil, Borón destaca que, pese a una movilización de clase media al estilo fascista, sus militarismos, desestimaron y soslayaron al activismo social, incluso en aquellos casos puntuales en los que las movilizaciones podrían haberles ayudado a fortalecer sus bases de apoyo. Estima igualmente que entonces tiempos no había nexos económicos entre la gran burguesía y la clase media. Distingue como último factor diferenciador que no estuvo presente en las dictaduras latinoamericanas una  reestructuración parecida a la que efectivamente hubo en los regímenes fascistas europeos.
El aspecto político mas interesante en su análisis se refiere al momento en que se militariza  al Estado. Señala que, en contra  de  las formas convencionales de  intervención  militar  –por ejemplo, los pronunciamientos–, son las FFAA las que ocupan los variados organismos estatales, proyectando  su estructura jerárquica  sobre el resto de la nación. Desde este punto de vista Borón lanza la siguiente hipótesis–: La ascensión de las FFAA se transforma en partido orgánico de la gran burguesía, y como corolario, la propia institución militar se convierte en el  partido del orden  público, cuando colapsan las múltiples fórmulas de la democracia representativa con las cuales se pretendió solventar las crisis. Desde esta óptica concluye, que el Estado militar es la alternativa histórica del fascismo para manejar los mercados periféricos.
El argumento de partido  militar para el desarrollo económico fue aplicado, , al caso brasileño por Alain Rouquie, quien lo ha aplicado en primer lugar al caso brasileño, haciéndolo extensivo después al resto de América Latina–: Las FFAA pueden convertirse en políticas para reemplazar las funciones asignadas constitucionalmente a los partidos […] Esos regímenes sin partido ni aparato no poseen una base masas y ni tratan  de tenerla. No politizan sino despolitizan a sus ciudadanos, no adoctrinan a la clase obrera sino que la incitan a mantenerse tranquila […] Los estados militares nacieron para suprimir la política y no para crear otro orden político […] Más que definir la naturaleza de estos regímenes,  hay que hablar de las funciones asumidas por los militares, que representan la hegemonía sustitutiva, donde el Estado-parapeto reemplaza al Estado-social. Lo que no significa as FFAA se desvincule de la lucha de clases o se conviertan en instrumento la burguesía, sino que actúa en ambas modalidades, no de manera alternativa, sino simultáneamente. [8]




[1] Garrido, Alberto: De la guerrilla al militarismo (2001)
[2] Izarra, William: En busca de la revolución (2001)
[3] Dos  Santos, Theotonio: Socialismo y  fascismo en America Latina hoy
[4] Cassigoli, Armando: Fascismo  típico y fascismo atípico
[5] Kaplan, Marcos: ¿Hacia un fascismo latinoamericano?
[6] Zemelman, Hugo: Acerca  del  fascismo  en  América  Latina (1978).
[7] Atilio Borón: Empire and Imperialism (2005).
[8] Rouquié, Alain: El estado militar en América Latina (1984 ).

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